¿Mutación constitucional en EE.UU.?

Jaime villaverde rivero PROFESOR DE CIENCIA POLÍTICA EN LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE COMILLAS

OPINIÓN

CONTACTO vía Europa Press | EUROPAPRESS

15 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unas semanas, Donald Trump espetó a la gobernadora de Maine en un encuentro en la Casa Blanca que la Administración que él preside es «la ley federal». El trasfondo radicaba en la negativa de esta a cumplir con una de las órdenes ejecutivas recién aprobadas por el presidente, alegando que esta actitud era respetuosa con la ley federal vigente. La afirmación de Trump, contradictoria con la naturaleza compuesta del poder político norteamericano, no debe tomarse como una simple anécdota, sino como un reflejo de los cambios profundos que podría estar experimentando el modelo constitucional de los Estados Unidos.

 

La Constitución del país, vigente desde 1789, consagra un complejo sistema de pesos y contrapesos («checks and balances»), cuya principal clave reside en el hecho de que la legitimidad tanto del poder ejecutivo (la Presidencia) como del legislativo (el Congreso) proviene directamente del voto popular, a diferencia de lo que ocurre en los sistemas parlamentarios comunes en Europa, donde el jefe de gobierno es investido por el parlamento. El diseño institucional norteamericano limita sobremanera la acción presidencial, ya que la Casa Blanca debe transaccionar constantemente con las dos cámaras que componen el Congreso para poder impulsar su agenda política. El hecho de que el Congreso goce de legitimidad popular directa reduce el control que el presidente ejerce sobre los congresistas de su partido, quienes , en última instancia, responden ante sus electores de manera directa.

Sin embargo, a pesar de su rigidez formal, la Constitución norteamericana está en constante interacción con la realidad social del país. En este sentido, cabe recurrir a la tesis desarrollada por el constitucionalista norteamericano Bruce Ackerman, quien identifica en la historia de los EE.UU. «momentos constitucionales», caracterizados por cambios sociológicos profundos que alteran los equilibrios institucionales. Estos habrían provocado mutaciones constitucionales: cambios en la norma suprema no producidos a través de los cauces formales previstos. Para Ackerman, frente a concepciones formalistas, la Constitución es un cuerpo vivo, sujeto en todo momento a potenciales mutaciones.

En la actualidad, uno de los principales condicionantes de la realidad social norteamericana, al igual que sucede con la europea, es la creciente polarización. Esta tiene una clara traducción política: las agendas ideológicas en liza son cada vez percibidas como más incompatibles entre sí. Ello dificulta sobremanera la transacción política entre los diversos actores, un elemento imprescindible para el correcto funcionamiento de un sistema como el norteamericano, basado en contrapesos entre poderes que gozan a priori de igual legitimidad popular. Como resultado, esta tensión refuerza la figura presidencial, quien encarna de manera más intuitiva, aunque sea a nivel simbólico, la voluntad popular mayoritaria expresada en las urnas.

Cabe preguntarnos si durante los próximos años observaremos una progresiva, incluso abrupta, mutación constitucional en EE.UU. Esta cristalizaría en un nuevo equilibrio institucional caracterizado por un predominio estructural de la presidencia sobre los demás poderes consagrados por la Constitución.