
He caído en la tentación de titular esta columna como se merece la majadería de Carlos III, pero enseguida la cosa ha perdido la gracia. Recordemos. El rey de Inglaterra arrastra desde hace un año un tipo de cáncer sin especificar por el que ha sido sometido a un tratamiento de quimioterapia que en las últimas horas ha decidido cancelar, según ha contado una periodista española. Se sabe que Carlos III coquetea desde hace tiempo con «lo alternativo», pero la noticia de estas horas sería que ha decidido sustituir el protocolo científico por un método de apellido Gerson que les resumo: un vaso de zumo cada hora; comer solo verduras y frutas orgánicas; suplementos de potasio, lugol, coenzima Q10 inyectada con vitamina B12, vitaminas A, C y B3, aceite de semilla de lino, enzimas pancreáticas y pepsina y, lo más importante, cinco enemas de café al día. En realidad, todo lo que acompaña a la decisión del rey tiene poquísima gracia excepto una cosa y no son los enemas de café. Porque Carlos III lleva años de tensión probada con científicos y oncólogos, a quienes en público ha intentado reprender por su negativa a aplicar terapias alternativas que no han sido sometidas al método científico por lo que sea. Así que lo único interesante de este dislate real es que con sus enemas y sus zumos Charles ha demostrado ser un tipo coherente dispuesto a entregar su cuerpo a la anticiencia.
Todo lo demás es una catástrofe en estos tiempos de negacionismo imperial y confirma la deriva de la monarquía inglesa, que en su día promovió la sociedad científica nacional más antigua del mundo, la Royal Society, en donde a estas horas andarán tolos con los enemas de café y su misteriosa —y mentirosa— capacidad para curar el cáncer.