
Ganas las elecciones. Deberías de sentirte abrumado: es una gran responsabilidad. Pero no. Te comportas como si te hubiera tocado la lotería. Y pones en marcha un programa tan revanchista como caprichoso e irreal, capaz de sacudir el planeta y de romper alianzas centenarias.
Eliges ministros y asesores, pero no los escoges por su trayectoria, mérito y capacidad. Buscas solo la adhesión al líder y a una agenda supremacista. Valoras que odien a colectivos, razas o culturas, pero no su competencia. Y eso tiene consecuencias: parece que Mortadelo y Filemón llevan las riendas de la Casa Blanca.
Estoy hablando del gabinete de Trump. De los prodigios que invitaron a un periodista -el director del prestigioso y formidable The Atlantic- a un grupo privado de Signal (una alternativa a WhatsApp) en el que discutían los planes de ataque a los hutíes de Yemen.
La conversación ha causado un monumental escándalo, el Signalgate. En ella pudimos constatar el desprecio del vicepresidente JD Vance por los «patéticos» europeos y certificar que los peones de Donald son una calamidad. Para taparlo, hicieron de todo: uno, negar los hechos; dos, echarle la culpa al periodista; tres, precipitar nuevos aranceles, y cuatro, llamar al cuñado jefe, Elon Musk, para que «investigue». Sería mejor que Trump emulara a Rajoy y dijera: «Joder, qué tropa».