
Desconectar para volver a conectar
Nos han vendido la idea de que estar siempre disponibles es sinónimo de ser productivos, de que responder rápido es una muestra de interés y de que compartirlo todo nos hace más sociales. Pero, ¿qué pasa cuando nos damos cuenta de que, en medio de tanta conexión, nos hemos ido desconectando de lo esencial? Vivimos en una rutina donde el móvil es lo primero que miramos al despertar y lo último antes de dormir. Donde la ansiedad por responder un mensaje se confunde con la necesidad de estar en todas partes, aunque eso signifique no estar realmente en ninguna. Nos hemos acostumbrado a llenar cada momento de espera con una pantalla, a evitar el silencio con ruido digital y a buscar validación en un corazón rojo en lugar de en una mirada sincera.
¿Cuántas veces hemos estado en una cena con amigos revisando el móvil en lugar de disfrutar la conversación? ¿Cuántos recuerdos han quedado atrapados en una galería de fotos en vez de grabarse en la memoria? Nos hemos vuelto expertos en capturar instantes, pero no en vivirlos. Es hora de apagar la pantalla y encender la presencia. De mirar a los ojos, de escuchar con atención, de recordar cómo era disfrutar de un momento sin sentir la necesidad de compartirlo. Porque, al final del día, lo que realmente nos llena no es la conexión digital, sino la conexión humana. Volvamos a estar. De verdad. SIlvia Fernández Rodríguez. Valdoviño.
Bibliotecas
Escribía no hace mucho Pérez Reverte que en cierta revista semanal sus reportajes fotográficos mostraban siempre magníficas mansiones, pero nunca aparecían bibliotecas. Pues bien, parece que eso ha cambiado recientemente. En el último número publicado de esa revista sí aparece la fotografía de una magnífica biblioteca que despierta la más sana de las envidias. No obstante, me sorprende el poco uso que se hace de estos espacios públicos. Me he cerciorado del aprovechamiento que hacen los estudiantes de las dependencias para manejar sus apuntes y preparar exámenes, pero se observa poco tránsito de lectores en busca de libros en las pobladas estanterías.
También sorprende que en secciones como novela histórica o novela negra no se encuentren algunos clásicos de escritores como Robert Graves o Raimond Chandler. La experiencia de lo observado no invita a fiarse de los datos sobre lectura que aporta un barómetro recientemente publicado, en el que se afirma que los españoles entre 14 y 24 años son los que más recurren a la lectura de libros en su tiempo libre. Las estadísticas, como decía el fallecido Javier Marías, puede cargarlas el diablo. Por ello, bajo mi punto de vista, la información publicada es difícil de creer a juzgar no solo por lo experimentado en visitas a bibliotecas, si no también por los datos alarmantes de informes Pisa sobre la baja comprensión lectora de nuestros adolescentes y jóvenes; provocada fundamentalmente por el uso abusivo de dispositivos electrónicos. Ante estos acontecimientos parece que la Xunta ha reaccionado y va a exigir un hora de lectura obligatoria en los centros para el próximo curso académico, lo cual me parece muy poco, dada la dificultad que tienen muchos estudiantes para manejar textos narrativos y expositivos. Habría que esforzarse en fomentar el uso de las bibliotecas para estimular la adquisición de conocimiento a través de papel impreso, aunque parece que la realidad no augura tanto optimismo para la lectura, ahora que se aboga por la descolonización de todo. José Ramón García Gómez. Ourense.