
Dijo una voz popular: «¿Quién me presta una escalera para subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús, el Nazareno?». Así comienza la primera estrofa de La Saeta, la canción de Serrat que se ha convertido desde hace un par de décadas en la banda sonora de la semana de Pasión, cuando estalla la primavera en todos los rincones de España y brota como por ensalmo la Pascua florida, la Resurrección de Cristo. Mi artículo por estas fechas es una suerte de fe y tradición que conecta con la fe de mis mayores, como canta Serrat, haciéndome eco de una herencia genética que creció conmigo como un legado familiar de mi querida madre. Que mucho tenía que ver con el esplendor de los días grandes de Cuaresma, con la Semana Santa medieval y franciscana de mi pueblo, de Viveiro, que en estos días es un auto sacramental colectivo que mueve y conmueve a mi pequeña ciudad, recostada junto a la mar.
Todos sus habitantes, todas las familias, somos cofrades, nazarenos, llevadores de imágenes, tamborileros o cornetas de bandas cofradieras; todos somos iguales, todos somos uno y la ciudad es de silencio y de cera, huele a velas e incienso, a piedad y a emociones primarias. Huele a brisa de abril.
El Jueves Santo al anochecer procesiona por las antañonas rúas del centro urbano la sagrada cena de doce apóstoles y Jesús, que son imágenes de doce marineros esculpidas por un humilde carpintero de ribera. Y cuando despunta la mañana, cobijándose en el nordés de abril, se representa un auto sacramental con memoria secular de imágenes articuladas, y Jesús con la cruz a cuestas cae tres veces mientras su madre, la Virgen, se enjuga las lágrimas. La plaza mayor es el calvario, un Gólgota improvisado donde no hay espectadores, hay devotos y fieles testigos de un crimen que estremeció a la humanidad
La mas solemne de las procesiones reúne a tres mil participantes, el gran desfile de la Pasión vertebra todo el Viernes Santo y participan familias enteras, padres e hijos, en un rito iniciático de nuestra forma de ser. Es Viveiro en esencia.
Resulta complejo explicar a quien no lo ha vivido la fenomenología que mueve desde el espíritu franciscano que vive en sus orígenes, los porqués singulares de esta Semana Santa en la que participan ateos, agnósticos y católicos comprometidos y a la que nadie es ajeno. Será que la fe de nuestros mayores se instaló en la maquinaria de los sentimientos, y un viento suave de primavera activa nuestra piedad cuando es Semana Santa en esta parte del mundo.