Poncio Pilatos

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

DPA vía Europa Press | EUROPAPRESS

15 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

¡Oh! la saeta el cantar, al Cristo de los gitanos». Empiezan los tambores a marcar el dolor y el movimiento de escaleras para subir a la cruz machadiana. Suenan las baquetas sobre la piel de cuero como golpes directos al corazón. Los costaleros llevando sobre sus espaldas la carga del tormento de toda la humanidad. Es el peso de la tradición. Ya no es que sea la fe de los mayores, es el sufrimiento de una madre, de todas las madres, esa imagen de tristeza infinita con lágrimas como puñales en el pecho cuando le roban el aliento de un hijo. Para unos llegan días de inflación de barroquismo y sermones. Para otros son de huida a cualquier paraíso de la desconexión. Esa sensación de ser anónimo en cualquier parte. Aunque, a veces, el viaje más largo es el que haces a tu entorno desconocido. Cualquier rincón te puede descubrir secretos escondidos durante siglos. Como joyas familiares guardadas en cofres ocultos. Llegó la hora de bajarse del tren de los desvaríos que llevan al mundo por los raíles equivocados. La velocidad irracional de los acontecimientos. El refugio del silencio frente a un Cristo en llagas o a unas olas del mar lamiendo las arenas de una playa aún solitaria. O a una montaña disfrazada ya con la primavera. Hay pueblos en los que los marineros se convierten en Apóstoles para recrear la Pasión que llevamos a cuestas todos los días. Los pescadores de Laxe rezarán el rosario da boa morte, una desgarradora plegaria en la noche oscura por huir de las fauces del mar rabioso. Cada uno apela al dolor de su piel. Palestina sigue sangrando y, mientras Barrabás anda libre, Poncio Pilatos se lava las manos eternamente.