
Todo rico que se precie ha de comprarse una isla, mejor tropical. Sin embargo, pareciera que Trump, mientras peinaba su melena isómera de caroteno ante el espejo, tuvo la ocurrencia de hacerse con Groenlandia, una isla polar. Como buen imperialista, es nacional-anexionista, para garantizar a los suyos la seguridad, la protección, que por eso es proteccionista, aunque sea contradictorio con su condición de librecambista, partidario del mercado libre, siempre que le beneficie, porque sobre todo es un defensor de la maximización de beneficios, esencia del capitalismo, fiel a la premisa de que uno ha de hacerse a uno mismo o hacerse con todo lo que pueda para sí mismo. La ideología le importa tanto como el deshielo, pero Groenlandia como anexo le importa mucho desde hace años.
La isla más grande del mundo, unas cuatro Españas, parece aún más grande en los mapas debido a que las proyecciones al uso exageran la dimensión de los territorios polares. Para Trump es anacrónico que semejante isla dependa de un minúsculo país europeo, Dinamarca, como cuando el Congo belga dependía de Bélgica. Las colonias deben depender de metrópolis, de potencias mundiales hegemónicas, que a su vez deben estar gobernadas por hombres omnipotentes. Entre 1940-1945 los yanquis ya ocuparon Groenlandia para protegerla de una posible invasión nazi. Sus bases aéreas de entonces son hoy los aeropuertos de la isla. Al final de la guerra ofrecieron 100 millones de dólares para comprarla. Un siglo antes les había salido redonda la adquisición de Alaska, pero Rusia tragó y Dinamarca no. Durante la Guerra Fría, mientras los daneses intentaban llevar su modelo de bienestar a los escasos habitantes de la isla, a la vez que procuraban asimilarlos culturalmente, los yanquis proyectaron bases para lanzamiento de misiles nucleares ocultas bajo el hielo, que resultaron inviables.
En su primer mandato Trump ya había mostrado interés por comprar Groenlandia, pero Dinamarca volvió a rechazar la oferta. A Trump no le interesa Groenlandia por la pesca, las focas o los osos polares, y menos para montar al pie de los glaciares estaciones científicas que investiguen el cambio climático. Le interesa la isla por su territorio, sus hidrocarburos y su localización estratégica en la ruta del Ártico. Claro que él dirá que quiere comprarla para jugar al golf, ya que, dada la potencia de su drive, las otras islas se le quedan pequeñas.