El almacenamiento energético

Juan Ramón Vidal Romaní ACADÉMICO NUMERARIO DE LA REAL ACADEMIA GALEGA DE CIENCIAS

OPINIÓN

STR | EFE

07 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El 28 de abril a las 12.33 horas vino la noche para millones de personas en España y Portugal, poniendo en evidencia el enredo donde nos han metido vendedores de energía y dirigentes políticos. El debate previo incitaba a olvidar que toda la energía viene del Sol, que la almacenó en dos fases. La primera, después de la condensación de la nube de polvo inicial que formó la Tierra, creando su energía interna (radiogénica, geotérmica, gravitatoria) y la energía de rotación. La segunda creación de energía tuvo lugar una vez consolidada la Tierra, que pudo captar la radiación solar como energía fotovoltaica, que calienta la atmósfera, crea el viento y la energía eólica y la energía undimotriz del viento caminando sobre la superficie marina, dinamizando los ciclos hidrológicos que aportan agua a los continentes y energía hidroeléctrica a los ríos. Luego están los combustibles fósiles. Creados abiogénicamente, en la mayor parte del universo, llegaron a la Tierra con los meteoritos, incorporándose a la Mesosfera. Solo para la Tierra, como una excepción, además de la inmensa cantidad de combustibles orgánicos abiogénicos, hay una fracción infinitesimal creada por la vida, que se conserva, en forma de petróleo, desde hace 300 millones de años (otra fracción previa ya se transformó en minerales más estables o fue destruida por el calor de la Tierra). Se desorienta a la opinión pública con el burdo engaño del carácter fósil o renovable de los recursos energéticos, pero todos los del universo, los del sistema solar, son fósiles, creados hace 15.000 millones de años. Como también es infinita e inagotable la energía acumulada en el interior de la Tierra por la acreción del planeta en los últimos 5.000 millones de años. La diferencia entre Tierra y Marte es el agua, también creada en el universo y transportada hasta la Tierra por los meteoritos. Y no hablamos del agua dulce, una fracción pequeñísima de toda la contenida en la Tierra, sino de la de los océanos que cubren la superficie terrestre. Es importante, pues si desapareciera lo haría también la vida en la Tierra, porque no habría gradiente térmico entre el interior y la superficie terrestre, deteniendo la tectónica de placas, acabando con la expulsión de agua desde el interior de la Tierra hacia su atmósfera (volcanes). Sin agua ni tectónica de placas desaparecería el campo magnético de la Tierra, acabándose la vida. Nuestros dirigentes y vendedores de energía solo piensan en la energía intermitente y discontinua, la relacionada con el viento y el agua dulce (que la vida necesita), y olvidan que el sistema solar está movido por energía nuclear. En cualquiera de los capítulos antes mencionados hay suficiente energía para calentar o enfriar la superficie terrestre, mover las computadoras que manejan la IA, internet, etcétera. La última idea peregrina ha sido la del almacenamiento de agua —algo incomprensible— dentro de las montañas o en los embalses, que lo único que aumentan es el riesgo de accidentes. Somos tontos.