Las graduaciones son como bodas

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

BASILIO BELLO

11 may 2025 . Actualizado a las 11:01 h.

Recuerdo a un empresario que siempre contaba que alucinó el día que empezó el bum de las primeras comuniones como bodas: «Hay trabajadores que piden créditos para pagar la comunión del niño». El asunto no ha mejorado. Ha ido a peor. Ahora las graduaciones son como bodas. El mes de mayo no es solo el de las comuniones, es casi más el de las graduaciones. Todas las semanas hay alguna. Y también se pide dinero prestado o se gasta lo que no se tiene en la graduación del alumno, en la cena, en la fiesta hasta el día siguiente y en el viaje. No se discrimina. Participan todos, aprueben o suspendan. Así se celebran antes de las notas. La cultura del esfuerzo, al carallo. Vale todo. Los tenemos tan mimados que solo nos importa que estén estupendos para su fiesta. Gastamos en ropa, en preparativos, en lo que haga falta. Y encima las graduaciones se han multiplicado hasta el infinito y más allá. No solo se hace por todo lo alto la graduación de bachiller, antes del examen terrorífico de la ABAU en junio. No. Luego viene la graduación de la carrera. Luego, la del máster, para los que los hacen. Ahora hay graduación de la secundaria, y amagos con la primaria. Nos estamos volviendo locos. Y básicamente es para lo del siempre. Para vivirlas en los móviles. He ido a graduaciones que nadie miraba directamente. Todos grabábamos como locos poseídos ese momento inolvidable en el que el chaval trajeado se acercaba a por su diploma (diploma que igual no merecía, pues iba a suspender todo). Solo vivimos para las redes sociales y eso ha motivado esta escalada de fiestas. Es como la explosión del ocio, los conciertos que se llenan, los restaurantes en los que no hay reservas. Vivir el momento, sin más. Dicen algunos expertos que es consecuencia de la pandemia, pero las graduaciones como mal fatuo ya estaban ahí antes de la pandemia. Como sigamos así, van a empezar a convocarse celebraciones para las promociones que consigan el carné de conducir, o para los que aprueban un curso de idiomas, o para los que terminen un videojuego. El caso no es juntarse, mezclarse, que eso estaría muy bien. El caso es figurar como siempre, pero a través de los móviles. Hay momentos jocosos en las graduaciones. Como no existe nada que no sucede en los terminales, he visto tropezar a padres por querer grabar a su hijo desde más cerca. He visto repetir fotos y fotos de grupos como si no hubiese un mañana. El traje del chaval, la corbata del niño, el vestido de la niña. Ese desastre de que nos pasaremos la vida viéndolos como los niños que ya no son. Y creyendo que son nuestros, cuando desde siempre han sido del mundo y de la vida. Nosotros solo estamos ahí en un papel que tiene su planteamiento, nudo y desenlace: el de padres. No el de cámaras de móviles de quinta generación. Pero no nos pongamos pesimistas. Hay que pasar por ese Rubicón y soltar las lágrimas de rigor, con vigor. Es así. Una graduación no deja de ser una despedida. Deben matar al padre y seguir su camino, más allá de las jaulas de cristal en las que los queremos tener. Y mejor ya ni comentamos esa manía de tenerlos geolocalizados. Celebremos las graduaciones como setas en paz.