
Ojalá mandase. Pero, desde hace tiempo, no es así. El poder del papa es simbólico, moral, una especie de buenismo universal para inclinar la balanza del ser humano del lado del mal hacia el lado del bien. Esta es la realidad. Aunque medio mundo haya asistido una vez más al maravilloso espectáculo de márketing que es la elección de un nuevo pontífice, lo cierto es que el jefe de la Iglesia tiene mucho menos poder real que el mando del que gozan los que manejan los hilos de la economía. La Iglesia no tiene ejército. La Guardia Suiza es muy bonita, pero poco efectiva. Ya sé que los creyentes me dirán que nada es más poderoso que la fe y, por lo tanto, el auténtico ejército de la Iglesia son sus millones de fieles. Pero hoy el mundo está sangrando de maneras tan diversas que mucho me temo que León XIV, que llama la atención por su elevada preparación (matemático, filósofo y políglota), se quedará en consejero de bellas palabras, que se las llevará el viento de guerra real y económica que no para de soplar.
Los católicos se supone que son más de mil cuatrocientos millones en el planeta. Pero cuántos pisan una iglesia, cuántos ejercen de verdad. Hoy mandan los misiles y los fondos de inversión, y el orden es justo el contrario al que acabo de escribir. El obispo de Roma viene a ser un poeta estupendo, el rey de la poesía. Está muy bien que sea agustino, una orden que sabe distinguir entre oír o escuchar. Oír, se oye como quien oye llover, y escuchar sirve para solidarizarse con el que te habla, para profundizar, para tender puentes, que es lo que ya ha dicho León XIV. Viene a tender puentes, pero cómo los va a tender cuando Israel solo quiere dinamitarlos, cuando Rusia solo busca destruirlos, cuando India y Pakistán deciden pasar de las palabras a las armas. Lo tiene crudo.
Va a ser una especie de médico moral, ese es el papel que le va a tocar en este mundo patas arriba. El papa le pondrá toda su buena intención. Fijo. Pero dirige un Estado con ese único ejército de la fe, que ya sé que mueve montañas. Pero la fe no mueve drones con misiles. Dirige un Estado, el del Vaticano, que está en bancarrota, en un mundo en el que solo cuentan los garrotazos de los aranceles y los muchos ceros tecnológicos en la cuenta. Los números infrarrojos asustan y provocan estampidas y no de amor entre hermanos. Piensen en cualquier familia. Hasta la más unida, cuando llega la herencia, termina fatal.
La herencia de León XIV no es muy halagüeña. Tampoco veo a líderes como Trump, capaz de hacerse un selfi disfrazado de papa prestándole atención, por mucho que haya asistido al entierro del anterior. Es una pena. Sé que el papa es misionero y nadie se crece en la dificultad tanto como un carácter misionero. Pero no le va a llegar con jugar bien al tenis y ser fan de Carlitos Alcaraz. ¿De verdad creen que, incluso con el poderoso altavoz de la Iglesia católica, Putin le va a hacer el más mínimo caso? No. Putin solo se escucha a sí mismo. Ni siquiera el representante de Dios en la tierra le da consejos. Suerte para León XIV, pero hace tiempo que la Iglesia es más un maullido que un rugido. Miren los templos vacíos, con dos o tres mayores en su interior.