La talla moral de Mujica: todo lo contrario a insultar para tener un «like»

Cartas al director
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OPINIÓN

Ed

15 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Con la partida de Pepe Mujica, el mundo pierde a uno de los últimos referentes de la política entendida como servicio y no como privilegio.

Su vida fue un testimonio incómodo para quienes normalizan la corrupción y el despilfarro: «El pobre no es el que tiene poco, sino el que necesita infinito para vivir», y un tratado de coherencia: «El perdón no es olvido, es no usar el pasado como un garrote», decía este exguerrillero que sufrió 14 años de cárcel y luego gobernó sin rencor.

Tal vez su legado más perdurable sea el ejemplo de que el verdadero bienestar no se mide por lo que poseemos, sino por lo que somos capaces de compartir. Como él mismo afirmaba: «La pobreza no viene por tener pocas cosas, sino por desear muchas cosas».

Hasta sus adversarios reconocieron su talla moral, el expresidente colombiano Álvaro Uribe, con quien discrepó en casi todo, admitió: «Mujica fue un contradictor leal, que jamás usó el dolor ajeno como bandera». Este elogio cruzado revela por qué trascendió ideologías: prefirió dialogar con quienes lo odiaban a predicar para los convencidos.

Su legado desafía nuestro presente intoxicado de crispación. En tiempos de redes sociales, donde el insulto da likes, él enseñó que «la única venganza feliz es cambiar el mundo sin convertirse en lo que se combate». Hoy, cuando muchos confunden firmeza con intransigencia, el ejemplo de José Mujica sigue vigente: por supuesto que se puede ser radical en las ideas y, al mismo tiempo, muy generoso en el corazón. David Estevez Camiña. Sanxenxo.

¿En qué momento?

Cada mañana escucho en Radio Voz al profesor Barreiro Rivas, que en la hora del desayuno, ofrece un buffet de lucidez. Inevitable recordar Conversación en la Catedral de Vargas Llosa, en la que su protagonista se pregunta en qué momento se jodió el Perú. Una pregunta que nos sirve para cuestionar la calidad y la catadura de quienes gobiernan este país (casi cualquier otro) en los últimos decenios. Tuits, correos electrónicos o guasaps revelan la orfandad de talento y dignidad que sufrimos los ciudadanos. Solo se vislumbran mediocridad, bajas pasiones y altísimos intereses que hablan de la catadura y dejan al descubierto la nula formación de sus autores. Como ciudadano soy consciente de que aunque la política no sea un arte habría que exigir un mínimo intelectual para ejercerla.

¿De verdad sigue habiendo una facultad de Ciencias Políticas? ¿Quién puede sorprenderse de que Pedro Sánchez actúe como un César? Su lenguaje corporal lo anuncia a gritos, aunque lo desconcertante es el embobamiento que todo un partido de izquierdas mantiene hacia el líder supremo. ¿Hasta cuando seguiremos dando cobertura a la egolatría y la frivolidad como si fuesen un bien necesario para los ciudadanos? Juan C. Mella. A Coruña.