
Un total de 343.000 gallegos viven solos en su comunidad. Uno de cada tres hogares está habitado por una única persona y constituyen en su mayoría la población creciente de la soledad no elegida. Con frecuencia, salta la noticia de que en un piso urbano o en una casa rural aparece muerto su inquilino, al que nadie echó de menos tras varias semanas muerto. Por lo habitual casi no es noticia la muerte, la vida en soledad.
El censo es mas numeroso en mujeres que en varones y afecta no solo a la Galicia despoblada, a las aldeas o pequeños pueblos semirrurales, sino también a la más urbana. Ambas sufren el mal de nuestro tiempo: la soledad.
Cuando no es voluntaria es difícil combatirla. En sí misma, como escribió Octavio Paz en su ensayo El laberinto de la soledad, es la condición misma de nuestra vida, que en ocasiones viene precedida de la depresión devastadora cuando la soledad te sorprende a determinada edad después de toda una vida en compañía y la viudedad define la totalidad de tus días.
La tristeza y el aislamiento son dos características de vivir sin compañía, de hablar contigo mismo, de no poder compartir más que el silencio. No hay fórmula mágica para vencerla cuando la vida está a punto de decretar su fecha de caducidad.
Los gobiernos de nuestro primer mundo ensayan fórmulas paliativas para edulcorar el mal contemporáneo, para evitar problemas de salud mental, para hacer más llevadero el tiempo no compartido. Leer, escuchar música, oír la radio, ver la televisión, pasear o frecuentar el bar de la esquina son soluciones efímeras para huir de la noche oscura, del dolor y de la impotencia que genera que no haya nadie a tu lado, al levantarte cada mañana y al saludar al sueño al acostarte.
Existen teóricos de la soledad elegida. Tienen algo de falacia intelectual como Schopenhauer, que aseguró que «es la máxima expresión de la libertad»; Nietzsche, que defendía desde su demencia literaria los dones solitarios, o Thoreau, el autor de Walden, que tras vivir dos años ascéticamente en una cabaña dijo que jamás había encontrado mejor compañera que la soledad. Es complicado encontrar la razón en la postura de estos tres autores. Baste recordar que Robinson Crusoe, el personaje de Daniel Defoe, vivió 28 años en una isla desierta, no soportó estar solo y fue cuando apareció Viernes y entre los dos recuperaron la palabra aunque hablaran idiomas distintos.
Está escrito en el Génesis: no es bueno que el hombre esté solo. Pero la soledad está siendo pandémica.