
Escribo este artículo en Erbil, a más de 600 kilómetros al norte de donde se está celebrando la 34 cumbre de la Liga Árabe, aunque da la impresión de que me encuentro a una distancia diez veces superior. El Kurdistán de Irak goza de una situación privilegiada, tanto dentro del país como en su entorno regional, pese a lo difícil que le resulta mantener el equilibrio entre sus necesidades y las preocupaciones de su entorno. Nada tiene que ver la actual Erbil, la capital del Gobierno regional del Kurdistán de Irak, con la de hace un par de décadas, tras la invasión de 2003. Los rascacielos, los lujosos y blindados complejos residenciales, las interminables carreteras con más bandas sonoras que kilómetros, contrastan con el caótico desorden de un tráfico desmedido y el feísmo del antiguo urbanismo. Erbil bulle y la economía crece en un ambiente de seguridad y extrema vigilancia, pero también con una situación política regional compleja. La prosperidad que se percibe en el crecimiento urbanístico contrasta con una corrupción institucional rampante y una grave desigualdad social.
Resulta muy impactante ver a niños pequeños mendigar ante tanta riqueza. Pero los locales me han comentado que estos críos son víctimas de mafias que explotan a los vulnerables inmigrantes, sobre todo de Siria. La policía hace lo que puede para sacarlos de las calles, pero siempre regresan. También inquieta ver los enormes campamentos de refugiados donde viven decenas de miles de personas. Refugiados que prefieren —o no tienen otra alternativa— quedarse, temerosos de lo que pueden encontrarse al regresar a sus hogares, desde los sirios que no confían en el nuevo Gobierno islamista hasta los cristianos que habitaban Mosul antes de la llegada del Daesh y que no pueden perdonar los horrores que sus propios vecinos les infligieron.
En definitiva, la antigua capital del Kurdistán es una ONU en pequeño, donde el día a día parece ajeno a las convulsiones que sacuden Oriente Próximo. Así, en nada parece interesar la celebración de la 34 cumbre de la Liga Árabe en Bagdad, a la que asiste Pedro Sánchez. Esta reunión no ha generado grandes expectativas. A la cada vez menor influencia que tienen sus integrantes, pese a los esfuerzos diplomáticos desplegados por Catar o Arabia Saudí, se une el cansancio por las décadas de sangría humana, económica y militar derivadas tanto del conflicto árabe?israelí como de la situación de Siria, Líbano y Yemen. Aunque en todo Oriente Próximo se siente el dolor por el sufrimiento que se vive en Gaza, la mayoría dan por perdida su causa. La ayuda que se apruebe para los gazatíes es solo pan para hoy, si es que les llega, y seguro que hambre para mañana. Bajo el sol de justicia de este árido erial de nuestro planeta solo hay algo seguro: el fatalismo de unas sociedades acostumbradas a sobrevivir pese a sus gobernantes y a la injerencia internacional.