
Lo dijo Winston Churchill: «La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra podemos morir una vez; en política, muchas veces».
La frase del histórico premier británico es un aviso a navegantes. Una advertencia a aquellos que, endiosados por su éxito, creen que la cosa pública es una empresa, entran en ella como un elefante en una cacharrería, prometen soluciones fáciles a problemas complejos y, de forma inexorable, acaban mal o muy mal, como Elon Musk.
El hombre más rico del mundo, el dueño de los coches Tesla y los satélites Starlink, el que compró Twitter (y la degradó hasta convertirla en X), ayudó a Donald Trump a llegar a la Casa Blanca. Poniendo mucho dinero y convirtiendo su red social en una autopista para la desinformación que tanto gusta al magnate neoyorquino. Y luego se puso al frente de una cruzada ideológica y cuñadista para supuestamente reducir el gasto del gobierno federal estadounidense. Con estrépito, fuegos artificiales y fanfarrias. Sin respetar la ley o el sentido común. No consiguió su objetivo, llevó varios varapalos y sufrió una merecidísima crisis de reputación, que afectó a sus negocios. Ahora vuelve a ellos y deja, escaldado, la política cuando ella ya lo había dejado a él.
Dice que hizo lo que «tenía que hacerse». ¿Qué significa? Fracasar. Ser por una vez un perdedor. ¿Volverá a la política? El tiempo lo dirá. Pero la advertencia de Churchill seguirá vigente: en ella se puede morir varias veces.