Eurovisión y la discordia política
OPINIÓN

El Festival de Eurovisión del 2025 ha vuelto a alcanzar audiencias multimillonarias en toda Europa. Cuesta imaginar un acontecimiento que pueda llegar a un asombroso 93 % de cuota de pantalla, como ha sucedido en Finlandia, o a superar el 50 % de España; el 70 % de los jóvenes que veían la televisión el sábado por la noche en nuestro país seguían el festival.
Esta extraordinaria repercusión de Eurovisión ha favorecido que, desde su creación en 1956, se haya erigido en factor vertebrador de la integración europea. El propio festival confiesa en su misión que ha sido «concebido para unir a las naciones», y no en vano fue galardonado, en su sexagésimo aniversario, con el premio Carlomagno de los medios de comunicación europeos, por su contribución a la unidad europea a través de la cultura y por su fomento de la diversidad y el entendimiento entre los pueblos de Europa. Y así ha venido plasmándose desde hace años en numerosas canciones que incorporaban un mensaje europeísta, como la vencedora de la edición de 1990 (Insieme 1992, en alusión a la creación de la Unión Europea por medio del Tratado de Maastricht) o nuestra popular Europe’s Living a Celebration, representada por Rosa en el 2002. Ciertamente, Eurovisión se ha ido convirtiendo en gran medida en una celebración en torno a la cual se han congregado los europeos en un ambiente competitivo, pero sobre todo festivo.
Además, como advertimos en los estudios científicos que tienen por objeto Eurovisión, el festival es un espejo en el cual se reflejan los sucesos internacionales, por lo que se configura como una herramienta fabulosa para indagar la evolución de la sociedad europea desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. Y, desde este punto de vista, es palmario que la polarización social y política que se ha acentuado en los últimos años, y por supuesto las confrontaciones bélicas, han hecho mella en Eurovisión. Un claro ejemplo lo observamos en la victoria de Ucrania en el 2022, que se explica, más que por razones artísticas, por la corriente de simpatía dirigida hacia ese país después de la invasión rusa de su territorio. Y la edición del 2025 no ha sido ajena a la creciente atmósfera de hostilidad política, pues ya comenzó envuelta en polémica cuando un relevante partido suizo impulsó un referendo para impedir la financiación pública del Festival, por entender que fomenta la ideología woke. En este contexto, la participación de Israel, en el marco de la condena internacional de su intervención en Gaza, ha provocado la alarma social ante el respaldo a su representación de parte de la audiencia a través del televoto, lo que no deja de exhibir la intensidad de la radicalización política en la que nos encontramos.
Si Eurovisión el termómetro de la temperatura de la sociedad europea, solo cabe desear que, en las próximas ediciones, el calor que detecte proceda de la euforia que todo festejo genera, y no tanto de la fiebre enfermiza derivada de la discordia, el enconamiento y el conflicto.