El móvil, bajo el agua

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

EDUARDO PEREZ

25 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El sol justo. No fríe. Calma. En medio de una suave neblina que parece venir del océano, se está tan a gusto que el resto del mundo parece mentira. Un holograma Trump. E Israel. Un holograma. Los odios que se enquistan, que no sirven de nada. Cuánta energía se pierde en odiar, en desear el mal de forma enfermiza. Un holograma, el drama del desprendimiento de rutina, el hartazgo de que los días se parezcan como una carta del dos de bastos a otra carta del dos de bastos. Las familias envenenadas tras una herencia. Casi hasta semeja un engaño que los padres se hayan muerto en fila india de a dos. Como cogiendo su turno para la carnicería. Ese dolor que no cesa. Aún no hay socorristas en la playa. No hay socorristas tampoco para los niños de Gaza. ¿De verdad vivimos en el mismo planeta supuestamente civilizado? En la ciudad que está cerca de esta playa, por la noche habrá conciertos, no ruido de drones, esos modernos pájaros de la muerte. No existe justicia. Ni siquiera la poética.

Este sol milimétrico te recuerda de golpe a Albert Camus y a Argelia. La mente es un teclado caprichoso. Levantas la vista y somos cuatro los elegidos que vimos que el día nublado que anunciaba el móvil no iba a ser tal, por lo menos durante las horas de la mañana. Los que somos de costa sabemos descifrar estas treguas de neblina con la luz del sol dando los vatios necesarios para calentar el corazón sin freírse. Para cerrar los ojos y verte de niño en el sitio de tu recreo saltando olas de la mano de tu hermano mayor. Los pies remueven una arena que aún tiene restos de los mini inviernos que hemos vivido en abril y mayo. Así es que se agradece más este sorbo de verano, este anticipo de calor. Levantas la vista y ves a una madre con su niño pequeño. Tumbada en la arena juega con él. Lo levanta sobre ella. Es como un cuadro de Sorolla a tu lado. Acabas de descubrir que se puede estar a la vez en la playa y en la casa Sorolla de Madrid, si se sabe mirar. Y admirar las pequeñas cosas, que son las más importantes. Te recuerda a cuando tu madre te empujaba en el columpio del parque para que intentases alcanzar el cielo. Risas muy parecidas hermanadas en el tiempo por el regalo de esta mañana de calma. Todo parece muy lejos. El móvil. Guardado. A propósito. Escondido en la mochila. Casi con ganas de enterrarlo en la arena para siempre, de tirarlo al mar. A ver si se ahoga o si también sabe nadar, tan inteligente que es. El móvil como un objeto al fin ajeno a ti. Sin su luz hipnótica que te deja sin vida real. ¿Qué sucede en los grupos de WhatsApp, en los de tus hijos? Ni idea. ¿Qué sucede en Galicia? Ni idea. ¿Qué sucede en el mundo? Ni idea. ¿Qué pasa en España? Ni línea. Solo y a solas con esta tregua de sol. La pereza como salvación. Pasmar es la filosofía más necesaria. La única precisa y preciosa. Ni nóminas ni nominados en la moqueta gris del trabajo. Un tipo libre en la arena. Un tipo que en nada, dejándose llevar, se meterá en el mar frío, pero disfrutará el impacto como el efecto de un desfibrilador en el segundo perfecto. No se precisa nada más que llegar a la playa, que todavía es gratis. Y alejar lo malo. Aparcarlo, por lo menos. Somos un puñado los que hemos venido a saborear este milagro. Solo quería compartirlo con ustedes como una acuarela. En voz baja.