«El juego del calamar»: liderazgo en un tablero que cambia las reglas

OPINIÓN

Era otoño y mi hija me insistía: «Mamá, tienes que ver esta serie. Es brutal». Confieso que no soy fan de los thrillers sangrientos, pero accedí. El juego del calamar me atrapó desde el primer episodio. No tanto por la violencia, que es mucha, sino por la metáfora subyacente: una competición despiadada donde el contexto cambia, las reglas se retuercen y los jugadores siguen jugando si quieren sobrevivir.
Lo perturbador no era el sadismo. Era la familiaridad. A veces, liderar hoy se parece más a un juego de supervivencia que a una estrategia de crecimiento: las reglas cambian sin aviso, los competidores no juegan limpio y la línea entre avanzar o caer se borra a cada paso.
La ilusión de control ha muerto. Larga vida a la sensibilidad estratégica. En el tablero empresarial actual hay una clara sensación de «juego con reglas mutantes». Ya no se trata de tener «la mejor estrategia», sino de leer el terreno en tiempo real. Las guerras, las disrupciones tecnológicas, la geopolítica fragmentada… lo han dejado claro: no hay refugio en la inmovilidad.
Liderar ya no es elegir entre globalización o repliegue local. Es integrar ambas visiones. Saber cuándo escalar, cuándo adaptar y cuándo parar. El mundo ya no es lo que era, y ganan quienes mejor perciben los cambios. Pero identificar el cambio no basta: se necesita también la flexibilidad para adaptarse con agilidad y perspectiva.
La trampa de las reglas invisibles. El problema de El juego del calamar no es solo su brutalidad, sino su opacidad: los jugadores no saben qué va a pasar ni qué se espera de ellos. Lo mismo ocurre en muchas empresas: se exige ética, pero se compite contra quien no la respeta; se pide innovación, pero dentro de un marco regulatorio incierto. Y, aun así, toca jugar.
El nuevo contrato del liderazgo. Lo que vimos en El juego del calamar es una versión distorsionada de algo real: un sistema que premia la inercia del corto plazo, incluso si compromete el futuro. Pero, a diferencia de la serie, en la vida real hay otra opción. Podemos escuchar los pasos del futuro que se avecina.
Eso exige cambiar el chip. No basta con cuadros de mando. Hace falta sensibilidad para detectar cambios emergentes, coraje para tomar decisiones impopulares y flexibilidad para adaptarse. El valor no se genera solo con indicadores financieros, sino con conversaciones que incomodan y estrategias que resisten el vaivén del ciclo.
¿Y tú, qué harás cuando el tablero cambie las reglas? En los próximos meses, el reto no será tecnológico, sino de lucidez. El tablero se mueve, las reglas no se explican y los jueces cambian de criterio a mitad de camino.
Como líderes, no podemos permitir que nuestras organizaciones se conviertan en un juego del calamar. Redibujemos las normas, redefinamos el éxito y protejamos a quienes juegan bien, aunque no siempre ganen rápido.
Porque quienes se atreven a replantear el juego no solo sobreviven: pueden ganar.