
El litio es el tercer elemento químico más pequeño de la naturaleza y el metal más pequeño. Uno de los tres electrones que lo rodean está bastante suelto y eso, y su escaso peso, lo hacen idóneo para ser clave en las baterías recargables que todos usamos, cuya invención le valió el Premio Nobel de Química en el 2019 a Whittingham, Yoshino y Goodenough. La demanda de esas baterías es enorme. Si sumamos la energía que acumulan las de todos los coches eléctricos del mundo, se multiplicó por 16 de 2016 a 2023, y se espera que para 2035 crezca otras 10 veces más.
Es muy abundante: unas reservas de 105 millones de toneladas, de las cuales 28 millones se pueden extraer de modo económicamente rentable. Dado que al año se necesitan unas 200.000 toneladas (una necesidad que se multiplicará por 7 en el 2040), parece que todo va perfecto. El problema, según Nature, es que los yacimientos están en pocos países: Australia, China, y el triángulo del litio, que une zonas fronterizas de Chile, Bolivia y Argentina. Y lo malo es que para esa minería se necesita mucha agua (2 millones de litros por tonelada de litio). Hay que diversificar las fuentes del litio. Y su producción: China extrae el 20 % del litio mundial, pero refina el 60 % y fabrica el 80 % de los componentes de todas las baterías del mundo, un mundo que depende cada vez más de ellas.