
Durante décadas, el sistema mir (Médico Interno Residente) ha sido un orgullo para la medicina española. No solo por su capacidad para seleccionar a los profesionales con mejores expedientes y más estudiosos, sino porque constituía un compromiso colectivo con la excelencia. Médicos de toda España —y algunos de medio mundo— se preparaban durante meses o años para afrontar una prueba dura, compleja y extraordinariamente exigente. Solo los mejor preparados accedían a una formación especializada, pagada con fondos públicos y desarrollada en hospitales que son referentes internacionales.
Hoy, ese sistema agoniza.
En una decisión política estatal que desborda improvisación y falta de visión, ahora se aprueba siempre. No hay suspensos. Todos los aspirantes —estudien o no, sepan o no— superan el corte porque ya no existen. La nota mínima para acceder a este sistema debería ser un filtro real. ¿Cómo hemos llegado a esto?
Se argumenta que la sanidad pública necesita médicos, que hay plazas sin cubrir, que hacen falta manos. Pero ¿a qué precio? La solución no puede ser rebajar el listón hasta hacerlo desaparecer. Formar especialistas implica años de esfuerzo, supervisión rigurosa y conocimiento profundo. La medicina no es un conjunto de protocolos que se puedan ejecutar sin criterio; es una ciencia viva, compleja, que exige capacidad de análisis, responsabilidad y conocimiento.
¿Aceptaremos también que se homologue sin condiciones el título de medicina obtenido en cualquier país, sin revisar competencias ni garantizar la capacitación? Hasta ahora, el sistema de homologación ha sido exigente, precisamente para proteger a los pacientes. La salud no admite atajos. ¿O vamos a permitir que en España se pueda ejercer de médico sin demostrar preparación?
Lo que está en juego no es solo el prestigio del mir, sino la calidad del sistema sanitario en su conjunto. El futuro nos exige médicos 2.0: capaces no solo en medicina asistencial, sino en investigación, en inteligencia artificial, en gestión de datos clínicos. ¿Cómo vamos a disponer de estos profesionales si la base de selección de los mismos incluye la mediocridad?
Esta decisión no responde a una estrategia sanitaria seria, sino a un cálculo político de corto plazo. Llenar plazas vacías puede aliviar un gráfico, pero no cura pacientes. Es posible que la gestión sanitaria sea más deficitaria que la falta real de médicos y habría que copiar estrategias de otros sistemas o países.
Quienes hemos pasado por el MIR con esfuerzo y vocación, quienes creemos en un sistema justo, competitivo y exigente, asistimos hoy con tristeza a su deterioro. No por nostalgia, sino por responsabilidad. Porque sabemos que la medicina es una profesión donde el conocimiento y la investigación mejoran la supervivencia y la calidad de vida de nuestros ciudadanos. El mir era un examen selectivo, lograr la última plaza era un mérito importante y el entrar a formarse con médico residente un compromiso con los ciudadanos. La excelencia médica no es un privilegio: es una garantía. Y no podemos perderla.