Manifestación ¿para qué?

OPINIÓN

06 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El rumbo que ha tomado la confrontación partidaria en España está dando la vuelta a la frase que se hizo famosa en el siglo XIX. Si entonces se escribió «la guerra es la continuación de la política por otros medios», hoy, a tenor de lo que se vive en la corte madrileña, parece más apropiado decir: «la política es la continuación de la guerra por otros medios».

Mientras la sociedad civil da muestras todos los días de su voluntad de convivencia, y de su preocupación por la resolución de problemas estructurales, como el acceso a la vivienda, la sanidad o el empleo de los jóvenes, en los ámbitos políticos se desprecia la primera y se ignoran los segundos. La batalla que se libra en Madrid no es a favor de logros comunes, sino que se encamina exclusivamente a la derrota del oponente.

Es cierto que, se mire adonde se mire, abundan las alarmas por la utilización de las instituciones del Gobierno con fines mezquinos, y que la sociedad democrática se sobresalta cada día con asuntos que exigen persecución judicial. Están por aclarar conductas presuntamente ilícitas, como todo lo que rodea el caso Koldo, los tratos de favor por parentesco o la infamante suciedad que se intuye en los audios que buscan hacer caer a mandos de la UCO. Pero también resuenan los ecos de corrupción del caso Gürtel, se ha visto a exministros encarcelados, y en los juzgados se habla de gestiones nefastas, como la dana de Valencia o la desatención durante la pandemia en las residencias de Madrid. Ningún partido puede presumir de haber quedado al margen de los tribunales.

Si los delitos son algo excepcional y afectan a personas concretas, el deterioro que el ejercicio de la política está imprimiendo a las instituciones se ha convertido en algo habitual. Basta escuchar una sesión de control al Gobierno o seguir una comparecencia pública para descubrir cuál es la prioridad de los líderes. No es el diálogo, ni la búsqueda de consenso, ni siquiera la discrepancia o la confrontación de alternativas. El fin último es acabar con el rival, y el camino para conseguirlo consiste en aumentar la crispación con todo tipo de ataques, insidias e incluso inventos, como el de la bomba lapa en el coche del presidente.

Al clima de crispación se abona Sánchez cuando habla con total desprecio del líder de la oposición. Y lo hace Feijoo cuando, en un gesto insólito en una democracia sana, se atreve a calificar al Gobierno legítimo de mafia y convoca una manifestación que solo tiene como objeto subir en la espiral del enfrentamiento. No es así cómo se construye un país civilizado. Su partido, que tiene responsabilidades institucionales y poder en muchos gobiernos autonómicos y locales, lo que debe hacer es presentar propuestas alternativas. Y él, con su formación y su carácter moderado, debiera saber que el poder no se gana con algaradas callejeras. Se gana en las urnas ante el examen de ciudadanos libres, serenos y pacíficos. Para estos, la buena política no es la guerra.