
Ha pasado desapercibido un evento histórico, la I Liga de Naciones de Cesta Punta, celebrada en el frontón Jai Alai de Guernica. Este tipo de cosas me reconcomen, aquí si no eres Carlos Alcaraz, Lamine Yamal o Fernando Alonso no te prestan atención. Que se lo digan a las chicas de la selección española de atletismo que hace un mes se proclamaron campeonas y subcampeonas, respectivamente, de relevos 4x400 y 4x100 en los World Relays de Cantón (China), derrotando a Estados Unidos las primeras y por delante de Jamaica las segundas. Una hazaña que apenas tuvo repercusión en los medios, menos mal que las denostadas redes sociales siguen dando buena cuenta de ello.
Pero ¿qué es el tartán al lado de dos pétreas paredes como las que acogen el juego de pelota? La cesta punta incluso protagonizó un capítulo de Corrupción en Miami, donde Sonny Crockett y Ricardo Tubbs se infiltraban en los más turbios ambientes de este peligrosísimo deporte, en el que la bola alcanza velocidades superiores a los 300 kilómetros por hora; y en los títulos de crédito de la serie aparecía el mítico jugador Víctor María Bereikua, alias Letxuga Elorrio.
La cita de Guernica fue histórica porque por primera vez se enfrentaron en una competición «oficial» las selecciones de España y Euskadi, después de que la Federación Internacional de Pelota Vasca (¿de quién depende? Pues eso) aceptase la participación de la última al amparo de la nueva ley del deporte aprobada por el Gobierno Sánchez. O sea, españoles contra españoles... y vascos contra vascos. Todo iba bien en el torneo masculino, donde Euskadi se cepilló a España en la semifinal y alzó el trofeo frente a Francia (también participaban EE.UU., México y Filipinas). Pero en la categoría femenina se desató el drama: España derrotó a Euskadi en la final con un combinado formado por una catalana y tres vascas que, al no tener garantizado un puesto en la Euskal Selekzioa, decidieron representar a la pérfida piel de toro. Y ganaron. No hubo más remedio que poner el himno de España, que por supuesto recibió una sonora pitada por parte del público. Nadie del Gobierno central acudió a apoyar a las jugadoras, a las que ni llevando publicidad de «Euskadi Basque Country» en la camiseta roja y amarilla perdonaron que defendiesen a —su— otro país.