
Me dirán que es un club de adscripción voluntaria, pero la Iglesia católica española es mucho más que eso y no ver los privilegios que conserva en este Estado denominado aconfesional es eliminar de la ecuación un elemento esencial. La cuestión no es tanto el poder que mantiene la Iglesia, sino para qué lo usa y con la intención de proteger a quién. Lo constató Javier Cercas en su último libro, en el que registra la hostilidad singular que España demostró al papa Francisco y a sus estrategias movilistas, contra las que aquí la curia y sus terminales cargaron como si el argentino fuese un bolchevique populista, que no lo era. Ahí están también las vergonzosas reticencias de la Conferencia Episcopal a meterle mano y zanjar los delitos de pederastia de algunos de sus ministros, y la rapidez con la que se censuran avances sociales diversos que forman parte de lo que ya entendemos como civilización.
La Iglesia española ha hecho mal su propia transición desde que, como recuperaba estos días Zapatero, paseaba bajo palio a Franco hasta que hace unos días reclamaba un adelanto electoral que no exigieron cuando los corruptos en el Gobierno eran del PP.
Es interesante preguntarse por qué la Iglesia es hoy casi solo de derechas y por qué han arrasado con una tradición que también era española, de curas empotrados en nuestras villas miseria y peleando con los obreros y los miserables, sacerdotes a quienes no les importaba ser ricos, ni mecer las cunas de los instalados, ni estar en un determinado lado de la historia. Sigue habiendo hoy causas en las que alinearse.
Clama hoy la Conferencia Episcopal contra el Gobierno y el debate no es ese, sino por qué lo hacen y para atender a quién. Y la pregunta vuelve a ser la misma, ¿por qué la Iglesia española es de derechas?