
Se cumplen cincuenta años del estreno de Tiburón, la película que se nutrió de la paranoia que produce no saber qué se esconde bajo el agua o qué nada entre nuestros pies. Lo aseguraba en los setenta su creador, un principiante Steven Spielberg. Su intención era asustar a la gente con las cosas que a él mismo le estremecían, como relata en las grabaciones antiguas que recoge el documental francés de Olivier Bonnard y Antoine Coursat 50 años de Tiburón, en Movistar+.
El cineasta se basó en la novela de Peter Benchley, de la que Planeta publica ahora una edición conmemorativa. Quería dar miedo y lo consiguió manipulando una gran mandíbula, una aleta y dos notas musicales graves, concebidas por John Williams como si emanaran de las simas abisales. En aquel verano, en Estados Unidos, muchos sufrieron el calor con temor a meter un solo dedo en una piscina.
Más tarde, cuando llegaron los Óscar, Spielberg esperaba bañarse en una marea de premios que no llegó. Su éxito, incontestable, fue de otro tipo. El documental explica cómo su llegada transformó la exhibición cinematográfica con el primer gran taquillazo veraniego y la primera película en la que el público, especialmente los jóvenes, pusieron de moda el hábito de volver a verla una y otra vez. La importancia de un buen márketing se hizo entonces tangible.