La breve intervención en la que el presidente de Estados Unidos informó del ataque a Irán terminó con estas palabras: «Quiero dar las gracias a todos. Y en particular a Dios. Solo queremos decir que te queremos. Protégelos. Dios bendiga a Oriente Medio, Dios bendiga a Israel y Dios bendiga a Estados Unidos». Me parece una blasfemia en toda regla. Donald Trump se olvidó del segundo de los mandamientos del Decálogo, «no tomarás el nombre de Dios en vano», él que ya ha incumplido sobradamente a lo largo de su vida los otros nueve. ¿Qué necesidad había? Evidentemente, aun con esa formulación simplista y casi infantil, no estamos ante una improvisación ni ante una boutade… Eso me preocupa mucho porque significa que gran parte de los norteamericanos están en esa onda, le compran el discurso a Trump. Y si bien «Dios anda entre los pucheros», en la genial formulación de santa Teresa de Jesús, en todos los asuntos cotidianos, es claro que no anda en las cosas de la guerra, que más bien son las cosas de Satanás.
No aprendemos. La guerra nunca ha solucionado nada. Momentáneamente pudiera parecer que sí, pero siempre van a quedar rescoldos de resentimiento en el corazón de los vencidos que, antes o después, volverán a desencadenar el terror de las armas. Hay que exhortar a la no violencia como método y como estilo, creando espacios de diálogo, encuentro y fraternidad. Lo contrario nos aboca al fracaso social, político y antropológico.