
Recuerdo cuando cursaba la licenciatura de Ciencias Políticas y Sociología. Una de las cosas que aprendí es que la credibilidad otorga legitimidad. La legitimidad que ostenta el presidente Sánchez viene dada por la aritmética parlamentaria, pues la credibilidad la ha perdido ante una inmensa mayoría de la población. No solo por el hecho de que cada día se retracta de lo argumentado el día anterior. También porque, como presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, es responsable del comportamiento más que cuestionable de sus más cercanos colaboradores y familiares. Resulta imposible de creer que alguien con tantos centenares de asesores desconociera las tropelías que, presuntamente, estaban cometiendo los dos últimos secretarios de organización de su partido, uno de ellos a la vez titular del ministerio con más presupuesto. Y lo que puede aparecer tras conocerse el informe de la UCO. Se ha vendido a los socios que lo mantienen en la Moncloa rematando a Montesquieu y su separación de poderes, y eso, en democracia, no es admisible. Pero ello no quita que le reconozca el mérito de no ponerse ni tan siquiera colorado cuando la oposición pide su dimisión. Tiene respuesta para todo. En eso, no negaré lo evidente, es un crac.