
Entre los siglos XVIII y XIX la humanidad logró un avance notable en la construcción de máquinas que transforman calor en trabajo, la máquina de vapor. Eso llevó a una de las grandes transformaciones históricas de la humanidad: la Revolución Industrial. Para crear esa nueva tecnología fue fundamental construir el armazón conceptual de lo que conocemos como termodinámica, la rama de la física que estudia esos procesos en los que se transforma calor en trabajo.
En la termodinámica es clave el concepto de temperatura, que fundamentalmente es una medida del grado de agitación de la materia. A partir de finales del siglo XVII, los físicos empezaron a sospechar que la temperatura no se puede bajar sin límite y, en 1848, William Thomson (el primer científico nombrado Lord, Lord Kelvin) estableció que ese punto, en el cual la materia se detiene, está a 273 ºC bajo cero. En esta historia, el francés Sadi Carnot descubrió algo clave: no todo el calor se puede transformar en trabajo, o lo que es lo mismo, no se puede construir una máquina que se alimente a sí misma y funcione eternamente, ya que se va a perder siempre algo por el camino (ahí nació el concepto de lo que llamamos entropía).
La construcción de los pilares de la termodinámica siguió en el siglo XX, con contribuciones de Nernst (Nobel química 1920), Planck (Nobel física 1918) y Einstein (Nobel física 1921). Nernst y Einstein tuvieron un cierto conflicto a la hora de establecer uno de esos pilares que, por cierto, acaba de resolver un compañero de la Universidad de Sevilla.