Carta para Netanyahu

Juan L. Montero Fenollós DIRECTOR DEL PROYECTO ARQUEOLÓGICO DE LA UNIVERSIDADE DA CORUÑA EN PALESTINA

OPINIÓN

JACK GUEZ | REUTERS

07 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos días estuve en una oficina de correos para enviar una carta que nunca pensé que escribiría. El destinatario es Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, y la dirección de envío es su residencia oficial en Beit Aghion, una casa de un barrio exclusivo de Jerusalén situada en el número 9 de la calle Smolenskin.

Soy consciente de la inutilidad de este gesto mío: escribir una carta que contiene un minúsculo canto por la paz. Creo, sin embargo, en la utilidad de lo inútil, ya que lo verdaderamente inútil es no hacer nada y permanecer impasible ante la desgarradora catástrofe humanitaria que ha arrasado la Franja de Gaza. Es intolerable ver morir injustamente a tantos niños (se estima que 17.000), ya sea por las armas o por el hambre. Es indigno cometer esta masacre. Y también es indigno no denunciarlo, permanecer callado. Es una mera cuestión de humanidad, al margen de ideologías y creencias. La vida de un niño es un valor universal, que hay que proteger cueste lo que cueste.

Para mi inútil acción he optado en plena era digital por un método caduco y en desuso, el epistolar: un sobre, un sello y una hoja de papel con un breve texto manuscrito solicitando paz (shalom en hebreo) para Gaza y Cisjordania. Si tuviéramos un mínimo de compasión por los que sufren, deberíamos de ser capaces de inundar la residencia oficial de Netanyahu con millones de cartas con un único mensaje: paz y respeto a los derechos humanos. Soy incapaz de permanecer indiferente ante tanto dolor en Palestina, una tierra que estimo profundamente. El valor de mi carta es simbólico. Lo sé. Los pequeños gestos también cuentan. Solo me ha costado 1,95 euros pedir paz al primer ministro israelí.

¡Qué callen las armas y fluyan las palabras! La paz es cosa de valientes en el actual desorden mundial. Falta diálogo entre iguales y sobran genuflexiones. El alto el fuego es el primer paso. El segundo es buscar una paz que exigirá concesiones y generosidad entre interlocutores fiables. El fin es noble: lograr la convivencia, o al menos la cohabitación, de dos Estados vecinos. Pero la paz no está de moda. La mía es, irremediablemente, una carta con destino incierto.