
Quizás sea atrevido acudir a los años 90, aquí o en Italia, para comprender algo de lo que estamos viviendo. Por más que a ello obligue el retomado discurso de la centralidad y la moderación, incluso de Aznar. Sucesos de los años 90 que evidenciaron la corrupción primera del PSOE, GAL incluido, y algunos indicios en la derecha con el caso Naseiro como iniciador antes de llegar al poder. Luego vino Aznar y lo que trajo con él, incluida Esperanza Aguirre y Madrid.
Siguieron los ERE y ahora las mascarillas que dan paso a la operación De Lorme, con mas de 35 imputados y toda una trama expandida, según analizaron Orovio y Saura en La Vanguardia. Lo que lleva a «Manni Pullite» en la Italia de los 90. Una operación que además de encadenar a 1.200 personas, empresarios y políticos, investigó a 4.500, dando paso a la desaparición de los partidos tradicionales: la democracia cristiana, eje de la centralidad, el partido socialista y el PCI. Fue luego de Tangentópolis cuando emerge políticamente Silvio Berlusconi, a no dudar el iniciador del populismo autoritario, hoy en plena expansión y con mayor descaro. Vean sino la propuesta de Vox de desterrar a ocho millones de migrantes en España.
Por ello reivindicar el centro, tal como repiten Aznar o Rajoy, y se suma Feijoo, no va más allá de una estrategia política de aproximación al votante progresista, sobre todo socialista, desactivado. Estrategia en la que se prioriza el juego de no aceptar a Vox como socio de gobierno, según han enfatizado Feijoo y Tellado. O incluso formular el eufemismo del «contador a cero» para Junts y entre los catalanes y los españoles (sic). Situaciones que contradicen los pactos con Vox o la deslegitimación de instituciones, sea Fiscalía, consejo bloqueado del Poder Judicial o presidente del Constitucional.
Esgrimir solo el espantajo de la derecha extrema, sin oídos Abascal ayer, como hace Pedro Sánchez, no garantiza ni la eficacia de este Gobierno, ni la recuperación de votantes amargados por la corrupción, ni una mayoría parlamentaria que permita finalizar la legislatura. Ni por supuesto lograr que Núñez Feijoo se detenga a analizar las propuestas sobre la corrupción del Gobierno de coalición. Feijoo sigue en la pantalla del 23 de julio, y de su investidura fallida ese septiembre, olvidando la historia del PP y sus capacidades.
Dado que la moción de censura de Feijoo no llegará, si Pedro Sánchez, el Gobierno de coalición y la mayoría que lo invistió, no desean una convocatoria electoral se hace imprescindible la recuperación de la confianza. Condicionada ayer con una exigente y brillante exposición de Yolanda Díaz frente a la corrupción y al Gobierno, y las preguntas de Gabriel Rufián sobre lo que ya se sabe, o del PNV sobre lo que no dijo Sánchez, y de Belarra frente a la debilidad con los otros poderes. Análisis como los del profesor Manuel Castells sobre Sánchez y las políticas del gobierno de coalición permiten reflexionar sobre las luchas por el poder en España. Pura tradición.