Miedo a las bombas
Cada fin de semana, los vecinos de Santiago asisten —sobreviven— a un espectáculo ensordecedor de petardos, bombas y fuegos artificiales que convierte las calles en un campo de batalla acústico. Pero mientras para algunos puede parecer parte de una tradición festiva, para los animales supone un infierno.
Perros temblando de miedo, gatos escondidos durante horas, pájaros desorientados, animales mayores con crisis de ansiedad e incluso muertes por ataques de pánico. Las escenas que vivimos son reales, frecuentes y absolutamente evitables. Lo más sangrante es que estas escenas tienen lugar bajo un Gobierno local que se autodefine animalista, defensor del bienestar animal y comprometido con la convivencia. ¿Cómo se explica entonces esta permisividad constante con eventos pirotécnicos que arrasan con la tranquilidad de miles de seres vivos cada fin de semana?
La contradicción es evidente. El discurso no se corresponde con la práctica. Se permiten celebraciones con explosivos que nada tienen de inocentes, amparadas en una costumbre que ya no se sostiene, ni ética ni científicamente. La excusa de la tradición no puede justificar el sufrimiento. Es momento de exigir responsabilidad. Manuel López.