Arde Torre Pacheco

OPINIÓN

Violeta Santos Moura | REUTERS

15 jul 2025 . Actualizado a las 11:34 h.

El sábado, la luna salía justo encima del Trono da Raíña, en el monte Pichiño (Teo). Una gran bola dorada se erguía majestuosa encima de la masa rocosa, mientras la noche extendía su manto oscuro y un grupo de curiosos impenitentes husmeaba entre las piedras buscando círculos concéntricos, espirales y ciervos, figuras que los ancestros fueron dejando en el museo del tiempo. Petroglifos, marcas de un arte llena de incógnitas grabadas en los lomos del granito. Se respiraba paz y el aliento del universo olía a carquesas. Mientras, las estrellas se escondían entre nubes blancas.

Sin embargo, en ese momento, al otro lado de la Península, el odio inundaba las calles de Torre Pacheco, donde las arengas se convirtieron en golpes y sangre. Las palabras pueden herir más que las espadas. A fuerza de repetirlas, llegan a matar. Jóvenes vestidos de negro y palos protagonizaban una cacería de inmigrantes y de españoles descendientes de inmigrantes. En sus calles, la paz se dio de bruces por la impotencia y todos respiran el mismo aire viciado de rencor racial. La ceguera de la fobia sin fundamento que no atiende a razones ni al más puro sentido de humanidad. Es la derrota de la civilización. En los volcanes no nacen flores.

Los sembradores de odio persiguen que vuelvan aquellos tiempos de «cristiano viejo, sin raza de moro ni judío, ni de converso, ni jafo, ni reconciliado con el Santo Oficio». Arde Torre Pacheco, donde la fiebre racista recuerda episodios negros de nuestra historia y de la historia de otros lugares de tragedias inolvidables. Días de los cristales rotos. Es la derrota de la razón. Es, en definitiva, el viento que sopla desde el infierno.