Papá, mamá, quiero ser corrupto

José Manuel Velasco AL DÍA

OPINIÓN

Rodrigo Jiménez | EFE

23 jul 2025 . Actualizado a las 09:23 h.

Tengo un amigo que afirma que si tuviese que estudiar ahora una carrera sería la de corrupto. Imagine el lector: graduado en corrupción sistémica, licenciado en elusiones fiscales o doctor en gestión del fango, en el ámbito universitario; técnico en grabaciones y escuchas no consentidas, especialista en selección de prostíbulos o experto en filtraciones, en el de la formación profesional. Todo un universo de posibilidades para aquellos que decidieran hacer carrera en el proceloso mundo de las relaciones entre políticos y empresarios.

Sí, políticos y empresarios, porque cuando hablamos de corrupción no debemos olvidar que hay corruptores y corrompidos y que quienes pagan mordidas suelen estar amparados por sociedades anónimas. En consecuencia, el jocoso pero dramático título académico al que aspiraría mi amigo —ojo, un tipo honesto con un gran sentido del humor— acreditaría para ejercer tanto en el lado de la política y la administración como en el de la empresa. Visto así, no hay carreras que tengan tantas salidas como la de licenciado en corrupción.

No faltarían profesores para desarrollar las asignaturas del currículo académico. Piensen, por ejemplo, en Koldo, quien podría ejercer como docente en varias materias. Sus clases tendrían, además, un alto sentido práctico porque podría explicar cómo grababa a sus amigos y enemigos, cómo seleccionaba a mujeres que sirvieran «para algo más que follar», cómo protegía a su señorito o cómo escondía los ingresos procedentes de sus corruptelas. O en Cerdán descubriendo los secretos de una vida aparentemente humilde y pulcra mientras participaba en una trama presuntamente corrupta o cómo mantener el tipo ante el juez negándote a reconocer que la voz que aparece las grabaciones es la tuya. Imaginen a Ábalos, Leire, Bárcenas, Dolset, Tito Berni, Aldama y tantos otros compartiendo con generosidad sus rentables conocimientos sobre materias oscuras.

El drama que esconde el deseo de mi amigo es que los episodios de corrupción han sido tan abundantes, variopintos y, sobre todo, grotescos, que incluso cabe frivolizar sobre ellos. Sin embargo, aunque se pueda bromear sobre la corrupción, no hay que tomársela a broma porque lo que empieza arriba acaba abajo. No nos haría gracia alguna que el carnicero nos diese gato por liebre, el panadero nos vendiese hogazas preñadas de moho o el pescadero nos colocase como fresco un pescado bañado en lejía.

Pensemos, pues, en la corrupción como un destructor de carreras, una lacra que conduce inexorablemente al suspenso moral. Afortunadamente, muchos de los graduados en corrupción terminan en la cárcel estudiando otra profesión, con frecuencia, la de Derecho.