
Se acaba de celebrar en Pekín la Conferencia Mundial de Inteligencia Artificial. Su lema no pudo ser más significativo: «Gobernar la IA para el bien y para todos». El país anfitrión, uno de los actores principales en el desarrollo de la IA, propuso la creación de un organismo internacional para coordinar los esfuerzos multilaterales en este ámbito. ¿Un brindis al sol? En absoluto. Más bien un caballo de Troya. Y este es el problema, los recelos de unos y otros, empezando por los míos. Estamos ante un problema de paradigma, de manera de entender el mundo.
El Gobierno chino sigue aplicando leyes y políticas represivas que restringen la libertad de expresión y la autonomía individual. Detiene, enjuicia y condena a largas penas de prisión a quienes defienden los derechos humanos, como pone de relieve Amnistía Internacional. Incluso amenaza e intimida a activistas chinos de derechos humanos que viven en el extranjero. Y es que el Partido Comunista chino no puede permitir que nadie obedezca a un poder diferente del suyo, no acepta ninguna otra legitimidad: China es el Partido Comunista y el Partido Comunista es China.
Cualquier poder alternativo, tenga el carácter que tenga, por pequeño o simbólico que sea, no cabe en la China comunista. Además, en el alma de sus dirigentes pesa mucho el llamado «siglo de la humillación» y, por ello, hay mucho de revanchismo en su manera de entender la geopolítica mundial.