
Winston Churchill achacaba a la costumbre de la siesta hispana, que empezó a practicar durante su estancia en Cuba, su talante negociador y su lucidez nocturna para tratar temas decisivos.
La siesta durante el mes de agosto es una necesidad vital que refuerza el más débil estado de animo tras una comida con la indolencia propia de los días sin prisa. Ratifica y acuna el festín gastronómico e inicia al despertar el buen humor que demanda la tarde. Es el autentico sueño shakespeariano de una tarde de verano.
Conocida es la recomendación de nuestro Nobel Camilo José Cela, que estipulaba una siesta canónica con «pijama, padrenuestro y orinal» para ejercitar cotidianamente una original fórmula de lo que dio en llamar Yoga ibérico.
Ya es agosto en el centro del verano donde el calor acampa agobiante y convierte en páramo ardiente todo el país, es la estación más adecuada para practicar la siesta en sus múltiples facetas, desde la que denomino animalia coincidente con los tres cuartos de hora en el sofá mientras la televisión emite documentales de animales salvajes y nos trae el Serengueti al salón familiar, hasta la mas veraniega de echar una o dos «cabezadas» mientas retransmiten el tour de Francia o la vuelta ciclista a España.
No es aconsejable dilatar en exceso el tiempo dedicado al sueño vespertino, no conviene seguir el consejo del buen escudero de Alonso Quijano, Sancho Panza, que aseguraba que dormía siestas de cuatro o cinco horas.
Lo más recomendable es no traspasar la barrera de la hora que dio origen al vocablo que tiene en la hora sexta romana su etimología.
Caso aparte son las llamadas siestas del canónigo, así llamadas por la culta expresión que se convierte en la popular siesta del carnero en el lenguaje del común y que tienen su medida temporal que no debe pasar de media hora, antes del almuerzo del mediodía. Después del ángelus y antes de sentarse a la mesa.
Agosto y en Galicia, en la costa junto al mar o en la montaña al amor plácido de un río, es un binomio adecuado para dormir la siesta, el más útil para convocar los amables sueños que alejan complicadas pesadillas.
Los más duchos pueden incluso elegir en el catálogo general de las ensoñaciones felices la temática que encierra la reparadora y terapéutica siesta de agosto.
O repartirse el mundo en Yalta al igual que Churchill, cuando de madrugada, lúcido y convincente, agotó a Stalin y a Roosevelt que no habían dormido la siesta. Winston no la perdonó aquella tarde aunque fuera febrero.