
Semanas atrás se cumplieron 89 años del inicio de la Guerra Civil, la mayor catástrofe que jamás asoló nuestro país. España tiene tradición guerrera, pero una contienda entre hermanos es la más dura de las desgracias que le puede pasar a una nación. Salvo a los que nos interesa la temática como materia de estudio, o aquellos que por sus años nacieron durante el transcurso de la misma o son niños de la posguerra, pocos recuerdan las privaciones de entonces. La década de los 40 fue época de hambruna. Nuestras abuelas y bisabuelas eran expertas en preparar platos de lo más variopintos para engañar al hambre. Tortilla de patata sin patata ni huevo, café con leche sin café ni leche, flan de huevo sin huevo, calamares de la huerta sin calamares... Cientos eran los menús que se elaboraban con tamaña imaginación y carencia de ingredientes. Pese a no haberlo vivido y sí leído y escuchado, cada vez que abro una nevera y veo cantidad de yogures, huevos, latas, refrescos y otros alimentos caducados me acuerdo de aquellos hombres y mujeres que, tras meterles en una guerra que no deseaban, se devanaban los sesos para tener una comida —una al día— que darle a sus hijos. Una generación para tener siempre presente.