Incendios sin fronteras: un reto compartido en la península ibérica
OPINIÓN

Cada verano, los incendios forestales se convierten en una amenaza recurrente tanto en Galicia como en Portugal y el resto de España. El fuego, sin embargo, no entiende de fronteras. Lo que arde en un lado de la raia afecta también al otro, porque las causas que alimentan esta tragedia son comunes, transversales y profundamente interconectadas.
El cambio climático es, sin duda, el telón de fondo: olas de calor más intensas, sequías prolongadas y fenómenos extremos que multiplican el riesgo. Pero reducir el problema únicamente a esta dimensión sería simplificarlo. Otros factores pesan con la misma fuerza: la gestión inadecuada de los bosques, el despoblamiento de las zonas rurales y, en demasiados casos, la acción criminal o negligente que inicia las llamas.
En Galicia, como en el norte de Portugal, el abandono del campo ha dejado miles de hectáreas sin cuidado, convertidas en auténticos polvorines. La expansión de monocultivos de rápido crecimiento, como el eucalipto, ha agravado el peligro y aumentado la vulnerabilidad de territorios que ya conocen demasiado bien la devastación de las llamas. Cada verano se repite la misma historia de aldeas evacuadas, montes calcinados y comunidades heridas.
Frente a este panorama, urge una estrategia común, integrada y transfronteriza. No basta con reaccionar: es necesario prevenir. La primera línea de acción debe ser una gestión forestal sostenible, que fomente bosques autóctonos y diversificados, reduzca monocultivos inflamables y garantice una limpieza regular del monte y de las zonas de interfaz urbano-forestal.
La tecnología puede ser una gran aliada. Sistemas como el EFFIS (Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales), el uso de satélites, drones e inteligencia artificial permiten una detección precoz que puede marcar la diferencia entre un conato y una catástrofe. Pero de poco sirven estas herramientas sin coordinación. Por eso, la cooperación entre Galicia y Portugal debería ser un ejemplo de colaboración transfronteriza: intercambio de recursos, formación conjunta de brigadas y planes de emergencia compartidos.
El compromiso comunitario es otro pilar esencial. Sin la participación activa de las poblaciones rurales, cualquier política se queda corta. Es necesario impulsar proyectos de reforestación con especies autóctonas, promover el pastoreo extensivo como cortafuegos natural y reforzar la educación ambiental para devolver a las comunidades el vínculo con su territorio.
Aceptar que los incendios son también consecuencia directa de la crisis climática significa apostar por la resiliencia: proteger áreas de la Red Natura 2000, salvaguardar hábitats de especies amenazadas y pensar el monte no como un recurso explotable a corto plazo, sino como un patrimonio común para las próximas generaciones.
A pesar de la gravedad del problema, no todo es pesimismo. En Galicia y en Portugal ya existen ejemplos innovadores que abren caminos: cooperativas de gestión comunitaria, ganadería extensiva que reduce la biomasa forestal, o proyectos piloto de vigilancia avanzada. Son semillas de esperanza que demuestran que, con voluntad política y compromiso ciudadano, es posible cambiar el rumbo.
La península ibérica no puede resignarse a ver cómo cada verano arde parte de su futuro. Galicia y Portugal, unidas por la historia y por la geografía, deben liderar una respuesta que trascienda fronteras. Porque solo juntos podremos transformar un paisaje de cenizas en un horizonte de resiliencia y vida.