
Las vacaciones son ese tiempo en el que no tienes nada que hacer… y todo el tiempo para hacerlo. Y entre siesta y paseo, me dio por pensar que se podrían considerar como la reducción de la jornada laboral llevada a la máxima expresión: mismo sueldo, cero horas. ¿Qué más se puede pedir? Más allá de estar a favor o en contra, lo que me chirría es el argumento de que «reducir horas sin tocar salarios no supone un aumento de coste, sino una ‘‘redistribución'' de beneficios». Esta afirmación parte de una media verdad: que las empresas tienen beneficios. Pero se olvida de la otra mitad de la verdad: no todas las empresas tienen beneficios, y las que los tienen… no siempre los mantienen.
La media verdad que sustenta el argumento hace pensar que tener una empresa es garantía de riqueza. La realidad es muy distinta. España es uno de los países donde más cuesta sacar adelante una pyme. Según la OCDE, el 70?% no sobreviven más de cinco años. Y no estamos hablando de cuatro bares, sino del tipo de empresa que compone el 99?% del tejido empresarial español. El empresario en este país no es ese señor del Monopoly con puro y chistera que algunos insisten en usar para azuzar la división de la sociedad. Más bien es la mujer que emprende para poder conciliar, el joven que quiere convertir una idea en realidad o incluso el jubilado que se resiste a quedarse en casa. Personas normales que arriesgan su patrimonio y su calidad de vida para crear algo que, si funciona, genera empleo, oportunidades y valor para la sociedad.
Hoy en día no solo hay falta de iniciativa empresarial, sino también de relevo generacional. Cada vez vemos más empresas —rentables— que acaban cerrando porque no hay quien quiera ponerse al frente. Si la «verdad», es que ser empresario es tan rentable y sencillo… ¿por qué no hay más gente dispuesta a serlo?