
Cada crisis tiene su imagen. Ese hombre llevando en brazos a una niña sobre las vías de la curva de Angrois el 24 de julio del 2013. Un par de marineros en una lancha intentando salvar con sus propias manos la ría de Arousa del petróleo del Prestige el 3 de diciembre del 2002. Una marea de paraguas recorriendo Madrid y gritando «todos íbamos en ese tren» tras el 11M del 2004.
Ocurre que la mayor catástrofe ambiental en los montes gallegos que se recuerda, la de este verano del 2025, no tiene una sola imagen. Las que han ido tomando para La Voz Alejandro Camba, Vítor Mejuto, Alberto López, Santi Amil, Sandra Alonso, Adrián Baúlde, Carlos Cortés, Laura Leiras... conforman un álbum terrible de un agosto a dos velocidades en Galicia: conciertos, esplendor y fiestas en buena parte de la fachada atlántica, donde se concentra casi todo el turismo; interminables kilómetros de llamas en el sureste, un territorio deprimido en el que hay ayuntamientos con el 80 % de sus viviendas deshabitadas desde hace años o directamente en ruinas.
Arde esa parte de la península de las casas vacías. Y uno se toma la licencia de copiar el título de la sorpresa editorial de la temporada porque David Uclés pone una mirada diferente sobre la Guerra Civil y sucede que lo que han ido recogiendo los fotógrafos de La Voz tiene algo de eso, de paisaje después de una guerra. Como si un obús hubiese reventado la aldea de A Caridade; fue en realidad el paso de un frente incontrolado de llamas.
Arde esa parte olvidada de la Península; Ourense, León, Zamora, Salamanca (curioso, el oeste de Castilla y León que aspira a ser comunidad propia por el olvido de la Junta y del Gobierno central), parte de Lugo, Asturias, Extremadura y el norte de Portugal. Arden las inmediaciones de casas abandonadas sin huerta ni animales ni quien limpie cerca. Arden montes de prado raso —atención, zonas sin eucaliptos, a algunos se les ha roto el discurso— donde lo excepcional es cruzarse con alguien. Arden terrenos sin dueño conocido, o con mil, algunos de ellos ilocalizables.
Arde la península de las casas vacías por muchos motivos, aunque los todólogos se quedan con los que tienen previamente en sus esquemas ideológicos; y por supuesto ya sabían que esto iba a pasar. Posiblemente su monte mental es algo parecido al Parque del Oeste de Madrid, que ocupa unas 100 hectáreas; en algunos siniestros de Galicia se ha abrasado una superficie 300 veces mayor. Explota la cabeza de pensar en la comparación.
Arde esa parte olvidada, y volverá a arder. La duda es cuándo y cuánto, mientras se va asentando ese eslogan de «los incendios de verano se apagan en invierno». Llegará el invierno y no habrá todólogo que les preste atención. Se irá a negro la programación especial de los incendios; volverán con las elecciones en Castilla y León, en unos meses. Hay un cóctel perfecto entre la sobreactuación de algunos y la torpeza y lentitud de Mañueco y sus muchachos. Semanas antes de las elecciones en Galicia un vertido de bolitas provocó otra hiperventilación. Peces contaminados, el fin de las rías, una generación marcada por los pélets, una vicepresidenta recogiendo esos plásticos en una playa... ¿Dónde están ahora? Otro fundido a negro en este periférico trozo de la Península.