
Hace años, podría haber sido un capítulo de Black Mirror, el argumento de una película de terror o la sinopsis de una novela perturbadora. Un grupo de hombres se dedica a maltratar a otro, que permanece allí para arañar un poco de dinero. Y todo es retransmitido en riguroso directo. Con público.
No. No es ficción. Ha ocurrido este mes en Francia, donde un streamer conocido como Jean Pormanove ha fallecido durante en directo, ante los objetivos, después de varios días de vejaciones constantes. Y aunque parece que la autopsia descarta una relación directa entre las palizas y la muerte, es escalofriante que existan personas que, sin el menor pudor —de hecho, aguardando a pasar un buen rato— decidan conectarse a un streaming para ver cómo se veja a una persona.
La noticia es perturbadora, más por el resultado de muerte, pero para ver las atrocidades en las que nos están convirtiendo las pantallas no hay que irse muy lejos, la verdad. También en España estamos asistiendo impasibles a la decadencia en directo de aquel hombre que hace años recomendaba las hipotecas a tipo fijo, siendo vejado a cambio de calderilla mientras otros ven cómo se le arrebata la dignidad a una persona, jaleando comportamientos del todo inhumanos. Disfrutando con el dolor ajeno. No, no son bestias. Muchos serán miembros respetados y respetables de su comunidad. Nos está quedando una sociedad preciosa.