Adiós, vista dos meus ollos

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

30 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Vivía en un país escandinavo. Era un emigrante expatriado de alta cualificación, se había formado en la universidad y tuvo un expediente brillante. Llevaba casi una década investigando en un laboratorio de vanguardia. Volvía a su aldea una vez al año, alternando con el pueblo de su mujer las Navidades y los veranos.

Este agosto estaba sentado con sus padres en una mesa a mi lado, en la terraza de la plaza; mañana regresaba a su residencia en Noruega.

La conversación era un canto de pertenencia, una loa identitaria, la nostalgia agrandada, la morriña en estado puro. Repasaba junto a su madre los días transcurridos este agosto, mientras su padre asentía con la cabeza y el joven recordaba las mañanas en la pequeña aldea cercana a mi pueblo, desde el canto de los gallos que proclaman la amanecida hasta el olor de la hierba segada. La mañana, decía, se despierta en el valle, e iba nombrando uno a uno a los vecinos, a los que quedaban y a los que ya se habían ido; preguntaba entre olvidos cómo les fue a alguno de sus camaradas, de los que no tenía noticia, e hizo una descripción emocionada del día del patrón y de la verbena celebrada a mediados de mes en el campo de la fiesta. Concluyó con un recuento de noches y de brisas. No quise escuchar más.

Aquella conversación era un adiós cercano, un poema vivo de Rosalía, una diagnosis oral de nuestra forma de entender el mundo desde un pequeño pueblo gallego. Era el adiós a los ríos, a las fuentes, a los regatos que fluyen por los campos donde creció nuestro protagonista, donde fue feliz. Era un adiós solemne a la «vista dos meus ollos», una despedida en toda regla de un paisaje, de una forma de vida, del cariño de sus padres que volvían a la soledad del invierno aguardado.

Cuando sus progenitores ya no estén, es posible que no regrese más a su aldea, o si lo hace sea una visita fugaz para vender la casa en que nació, y después todo será distancia.

Les contará a sus hijos cómo era su casa y su aldea, y la narración oral se poblará de un tiempo inexistente. Pero nunca podrá olvidarse del canto matinal del gallo al despertarse, del olor penetrante de la hierba recién cortada, de la brisa que duerme en las noches aldeanas, ni de cómo sonaba la orquesta en aquella verbena lejana el día del patrón en el campo de la fiesta, nunca podrá olvidarla. Y como en Cantares gallegos, piensa que su vida quedó escrita en aquel poema tantas veces recitado. Agosto de despedidas. Mañana se va.