Entender a Israel, sin ambigüedades

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto EL QUID

OPINIÓN

J.M.GARCÍA | EFE

12 sep 2025 . Actualizado a las 21:38 h.

Nadie quiere que un niño muera de hambre o a consecuencia de un bombardeo, ni en Gaza ni en ningún sitio. Pero en Occidente tenemos un visión ingenua de la guerra —producto de décadas de un narcotizante Estado del bienestar— y pensamos que, una vez iniciada, se van a respetar las convenciones de la ONU y el derecho humanitario. Y que se puede responder a una invasión en la que fueron asesinadas 1.200 personas y secuestradas otras 250 en términos de proporcionalidad, algo así como el «ojo por ojo» de la ley del talión. Si así fuera, ¿qué habría sido preciso tras en la Segunda Guerra Mundial? ¿Gasear a 11 millones de ciudadanos alemanes, en justa reciprocidad a lo que hicieron con los judíos?

No, la guerra no es una postal naíf y se utilizan todos los medios para ganarla, porque solo termina con la derrota completa del adversario. Desde los ataques del 7 de octubre del 2023, Hamás ha podido poner fin a este enfrentamiento y al sufrimiento del pueblo palestino, solo tenía que deponer las armas y rendirse. Pero ha preferido seguir exponiendo a los habitantes de la Franja a los horrores de la guerra porque es obvio lo que perseguía tanto con aquella acción terrorista como con el supuesto «genocidio» que repiten —sin pensar en lo que tal palabra ha significado a lo largo de la historia: genocidio armenio, Holodomor en Ucrania, Holocausto judío, Jemeres Rojos en Camboya... solo en el siglo XX, exterminios masivos y planificados cuyas víctimas se cuentan por millones— muchas personas: crear una corriente internacional de adhesión a la causa palestina y criminalizar al Estado de Israel, que vive en medio de un avispero en el que todos sus vecinos (Palestina, Líbano, Yemen, Siria, Irán...) quieren borrarlo del mapa. De hecho, en el ideario de los fundamentalistas de Hamás ha pervivido durante décadas la sentencia de que «desde el río (Jordán) hasta el mar, Palestina será libre»; es decir, niegan el derecho de Israel a existir.

Creo que fue en el bachillerato cuando vi por primera vez un pañuelo palestino en el cuello de un compañero. En aquella época (Pamplona, mediados de los años 80), lo utilizaban los cachorros del mundo aberzale, que clamaban contra la injusticia en Oriente Próximo mientras jaleaban los atentados con tiro en la nuca y bombas lapa con los que ETA acababa con la vida de hombres, mujeres y niños. Son los mismos que hace una semana reventaron la Vuelta en Bilbao, una acción que sirvió de pistoletazo de salida para que desde entonces todas las etapas de la carrera ciclista sean un caos de exaltados que malinterpretan su derecho a la libre expresión (y a exponerla públicamente) y pretenden vetar a un equipo de deportistas e imponer su visión de lo que está ocurriendo en Gaza. Por supuesto, cuentan con el apoyo de un Gobierno central que atiza el fuego porque ha encontrado en este conflicto una cortina de humo con la que ocultar los graves asuntos judiciales que tiene pendientes.

Israel está ganando la guerra, pero no la batalla ideológica, porque el mundo actual se mueve a punta de clichés y basta con pronunciar términos como genocidio, ultraderecha o fascista para que muchos crean que la razón está automáticamente de su lado. Una singularidad de esto es que la cultura de la cancelación ya no se aplica solo a quien se sale del pensamiento único, sino a quienes ni siquiera abren la boca, como le ocurrió a la cantante Rosalía, a la que forzaron a decantarse públicamente por Palestina bajo la amenaza de hundir su carrera. Este nuevo sanedrín ha dictado que «no caben ambigüedades», que si permaneces en silencio eres «cómplice», pero hay mucha gente que no opina como ellos y hay que decirlo.