EE.UU. versus China: la nueva guerra fría 4.0

Juan Carlos Varela Vázquez EXPERTO EN POLÍTICA DE ESTADOS UNIDOS

OPINIÓN

Kevin Lamarque | REUTERS

13 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

«Guerra fría» fue un neologismo popularizado por George Orwell en 1945 tras los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. La expresión anticipaba un escenario geoestratégico donde los antiguos aliados EE.UU. y la URSS, intimidados por el poder aniquilador del átomo, se enfrentaron indirectamente en terceros países desatando las carreras armamentística, nuclear y espacial, el uso estratégico de la propaganda y la competencia ideológica entre capitalismo y comunismo.

Esta rivalidad desapareció en 1991 con la Unión Soviética. Entonces, Occidente cayó en una ensoñación de optimismo liberal, que auguraba el advenimiento de un nuevo mundo donde la democracia y el libre mercado no tendrían alternativa.

El despertar fue brusco. El atentado contra las Torres Gemelas en el 2001 y la invasión posterior de Irak demostraron que nada volvería a ser igual. «La historia no se repite, pero a menudo rima», observó Mark Twain un siglo antes.

Al siglo XXI lo caracteriza un pulso creciente entre EE.UU. y China diferente a la bipolaridad militar e ideológica de la pasada centuria. China se ha convertido en una potencia industrial asumiendo sin complejos principios fundamentales del capitalismo, como la economía de mercado o el emprendimiento.

Nombrado presidente en el 2013, Xi Jinping está impulsando la «Nueva Ruta de la Seda Digital» con un ejército de empresas dopadas por subvenciones estatales que desafían a las multinacionales estadounidenses en planificación geoestratégica y en venta global de productos tecnológicos. Su objetivo es ayudar a las economías en desarrollo a reducir su brecha digital respecto a los países industrializados.

Aunque EE.UU. sea la potencia hegemónica, el gran salto adelante tecnológico chino de la última década es incuestionable. Entre las diez compañías más grandes en la industria digital hay seis norteamericanas por dos de China. Pero la ventaja ha menguado en el dominio de sectores claves como la inteligencia artificial, la biotecnología o los semiconductores. Además, China lidera la alfabetización digital global con la enseñanza obligatoria de la IA en las escuelas, equiparando su adquisición a la lectura, la escritura o la aritmética.

Pero hay más. EE.UU. posee el 15 % de las tierra raras mundiales, cuyos metales son cruciales para cualquier dispositivo tecnológico. China dispone del 73 %, refinando y exportando el 90 % de los metales a escala global.

Hablamos, pues, de una rivalidad más económica y tecnológica que ideológica. ¿Por qué? Porque China está demostrando que hay vida más allá de la democracia liberal, ejecutando políticas de «reforma y apertura» sin alterar su régimen autoritario, practicando un voraz capitalismo de Estado frente al capitalismo de mercado, sacrificando la libertad individual por el progreso social y anteponiendo la soberanía nacional a los derechos individuales.

A cambio, el Ejecutivo estadounidense, alegando una supuesta decadencia imperial, deserta del orden liberal internacional, provoca una guerra arancelaria con sus aliados tradicionales y, sobre todo, socava cualquier contrapeso institucional, llámese justicia, prensa o universidades, fundamentos de sus libertades democráticas.

Si Orwell levantase la cabeza ratificaría su reflexión sobre los totalitarismos en 1984: «El poder es colectivo. El individuo solo tiene poder cuando deja de ser individuo. La libertad es esclavitud».