
Médicos, enfermeros, auxiliares. En hospitales, en centros de salud, en urgencias, en las residencias, en asistencia a domicilio. Trabajadores esenciales todos ellos y en todos esos lugares. Fueron nuestros héroes. ¿Lo recuerdan? Los niños los pintaban. Y en sus dibujos inocentes convertían sus uniformes blancos en capas de superhéroes. Batas que volaban e intentaban salvarnos del desastre de la pandemia. Salíamos a los balcones a una hora concreta de la tarde para aplaudirles, para aplaudirnos, por lo que estábamos pasando todos, plastificados hasta los corazones. Se sucedieron los artículos en los que los poníamos por las nubes. Tuve ocasión de advertir entonces más de una vez que ese buenismo pasaría y que el sector médico entero pasaría a ser un gran odiado del usuario. Igual que los policías, igual que los periodistas. Igual que todos los que trabajamos en aquellas fechas lamentables.
La culpa muchas veces no es de ellos, de los profesionales de la salud, es de la falta de medios. Lo hemos contado. El estado del bienestar se desvanece 80 años después. Mi compañera de Economía Cristina Porteiro lo publicó en La Voz. El gasto social va a menos ante el dinero necesario para el rearme. De Olof Palme, de la socialdemocracia molona que venía a salvar nuestras vidas y a ampliar los derechos y las ayudas, a la nada hacia la que nos encaminamos. La inversión en educación y sanidad va a menos con el fin de que regrese el peor mundo, el que solo busca rearmarse para la guerra. Da igual Ucrania. Da igual Gaza. Llega la gran tijera del recorte para fabricar más fusiles y drones que vuelan para matar. Tecnología al servicio de la sangre. El sector sanitario se manifestará por esta regresión. No servirá de nada. La atención se deteriora y las agresiones aumentan. Lo escrito, de utilizar las manos para aplaudir a emplearlas para golpear al doctor, al enfermero. La violencia nunca se justifica. Pero los golpes no se los llevan los políticos que gestionan, siempre les zurran a los que dan la cara en una consulta o a quienes empujan una camilla. La situación es lamentable. Estamos ante una deriva que no sabemos dónde terminará. ¿En una cuneta? Es triste, pero muy real. La rabia no trae nunca nada bueno. Estamos convirtiendo a personas que tenían derecho a una sanidad pública en clientes. Los pacientes se convierten en impacientes. Estamos haciendo que los doctores, escasos (las plazas no se cubren), tengan que ser también pacientes. Nadie puede atender tanta demanda. Tenemos un problema y en Houston está Trump y no nos lo va a solucionar. Conozco a gente que ante las dilaciones en las consultas se autodiagnostica con la IA. Lo que tenía que ser una herramienta útil para un profesional médico que la interprete, se convierte en el atajo para un tipo que pasa de aquel doctor Google que ya utilizaba a una IA en la que cree a ciencia incierta. Con doctor Google hacíamos mal mirando remedios en internet. Con la IA y sus respuestas para todo y para todos, sin fuentes, ya nos dopamos a ciegas. La sanidad es pública y universal. Lo dice la Constitución. Queremos médicos que nos miren a la cara, que nos conozcan, como los que tuvieron nuestros padres hasta su último día.