
La perfección de la dieta atlántica. La imbatible dieta mediterránea. Muy bien la teoría. Pero luego el golpetazo de la realidad: los precios de los productos que tenemos que consumir para cuidarnos. Los datos hablan de que en cinco años se han elevado hasta un setenta por ciento alimentos claves como la carne, los huevos, la leche o las patatas. La famosa tortilla española, una de nuestras marcas internacionales, es un producto de lujo. Y eso que el aceite de oliva bajó de las nubes. Dan igual las explicaciones que les dan a nuestros hijos en los colegios sobre los alimentos saludables. Está bien que lo hagan hasta que abres la cartera y te das de bruces con la brutalidad de un incremento en los productos que este país de sueldos bajos no puede asumir. España tiene muchos problemas. Pero uno es lo poco que ganan las nuevas generaciones, con cantidades que, en ocasiones, algunos de sus abuelos duplican. Así, los padres recurren a sus abuelos no solo para que les cuiden a los nietos, también para que les den unos euros que son claves para poder freír unos filetes decentes a la crianza. Es deprimente, pero es así.
Es como si viviésemos en dos países paralelos, que nunca se tocan. Por un lado, cada vez hay más restaurantes especializados, donde resulta difícil conseguir una reserva, cada vez más estrellas Michelin. Por otro lado, cada vez hay más neveras que al abrirse parecen un bodegón de la lástima, con productos baratos que no son los más recomendables para que tus chavales crezcan sanos y fuertes. Pero es lo que da de sí el bolsillo. Estrellas Michelin para algunos; mientras muchísimas familias están estrelladas. Es terrible que suceda en un país que es famoso por esas dietas milagrosas y por una gastronomía espectacular. Pero lo más barato sigue siendo, para salir de un apuro, comer un menú de comida rápida con nombre extranjero.
Es una tristeza que en el reino de Arguiñano tengamos las colas más largas de la historia en las cocinas económicas. Unos se dan el gustazo de pagar doscientos euros por una cena para dos, otros hacen milagros para todo el mes con esos mismos doscientos euros. Son las mismas economías personales que no se pueden comprar un piso, que tienen que compartir vivienda alquilando una habitación para que les llegue la nómina que reciben o más bien la nómina con la que les golpean. Es muy viejo lo del hombre rico y el hombre pobre. Pero la brecha en España cada vez se nota más. A unos se les llena la boca hablando de los milagros de la dieta mediterránea, de lo bien que sienta el oro líquido del aceite de oliva o una comida a base de productos frescos. Mientras que otros tienen ese solar vacío en una nevera. Una nevera en la que podrían guardar los libros de texto con los que se convirtieron en la generación más preparada de la historia y la peor pagada. Estos solo pueden llenar su boca con fritanga de esa al límite de lo recomendable, con un aceite que han reutilizado tantas veces en su minicocina que ya parece aceite de motor.