
Son las palabras y conceptos más utilizados en los últimos tiempos. Las recogen todas las crónicas, informes y declaraciones; y se expresan para entornos extremadamente complejos. Las sociedades y los países se enfrentan a uno de los desafíos más complejos de las últimas décadas: equilibrar crecimiento económico, soberanía, democracia y seguridad energética y fronteriza, mientras nos enfrentamos al cambio climático. Este múltiple desafío se ve intensificado por la irrupción de tecnologías emergentes y el desarrollo de la inteligencia artificial. Asistimos a guerras arancelarias, a conflictos bélicos entre países, a efectos impredecibles derivados del cambio climático y a decisiones institucionales de ciertos líderes mundiales que hacen tambalear los postulados clásicos. Aunque a lo largo de la historia quedó claro que nada era permanente, hoy afrontamos una gran variedad de sensaciones de alta inseguridad e impredecibilidad que generan, dada la fuerte conectividad de variables desde distintos frentes y dimensiones, situaciones de incertidumbre.
La coyuntura actual está asociada a la velocidad del tiempo histórico, a la cantidad de paradigmas puestos en cuestión y a la sustitución de conceptos antaño arraigados. Dichos reemplazos son debidos al nacimiento de una nueva era fundamentada en los avances tecnológicos, en la aparición de nuevos patrones de comportamiento y en una mayor dependencia de un número reducido de actores que buscan adoptarnos a sus modelos preestablecidos.
Los desarrollos de los mercados mundiales nos han ido llevando hacia una continua inseguridad, arrastrando efectos inmediatos para los ciudadanos y situándonos cada vez más lejos de las aspiraciones personales y colectivas; a la vez que los retos son más inalcanzables para un grupo numeroso de personas. De ahí, la elevada probabilidad de conflictos, de conflagraciones, de desajustes y de crisis que emergen como consecuencia de las nuevas relaciones de poder.
La incertidumbre está marcando el rumbo de las guerras, ya sean militares, económicas, tecnológicas o medioambientales. Las consecuencias son evidentes: generan inquietudes en la población, acumulan necesidades y aparecen nuevas amenazas para nuestros empleos y capacidades creativas, llegando a constituir en algunos casos un drama social.
Los vertiginosos avances tecnológicos nos obligan a ampliar la perspectiva. Ya no basta con planificar a corto plazo. Se requieren planteamientos de estrategias que permitan explorar los distintos futuros posibles. De ahí, el análisis de escenarios. Todas las grandes instituciones públicas y privadas efectúan dichos análisis y estiman determinadas variables. Por ejemplo, en el caso de seguridad energética hay que prever la demanda mundial y los porcentajes de mejora de los niveles de vida de la población junto a las emisiones globales de CO2. En el supuesto de la IA, estar atentos a su demanda energética, a las oportunidades para optimizar procesos y aumentar la eficiencia. En lo tocante a los aspectos económicos, es preciso conocer las relaciones comerciales, los mercados de capitales, la financiación, la inflación y la deuda. Y, en lo referente a las estrategias globales, la geopolítica, la cooperación internacional, el acceso a los recursos o el impacto de las nuevas tecnologías.
Pero, sin duda, el mayor peligro está en la «insularización de la sociedad», es decir, en la fragmentación económica y social unida a la autosuficiencia nacional; mucho más que en afrontar los desafíos de la integración global como están reclamando la mayor parte de los países y líderes internacionales. La exacerbación de los efectos geográficos a favor de una apuesta por el «excepcionalismo estadounidense» no deja de ser una anomalía, pues significaría que ningún otro país podrá competir en crecimiento y dinamismo. Hace unos meses publiqué en las páginas de Mercados un cuadro de posibles escenarios donde pronosticaba, a través de múltiples factores, los posibles efectos derivados. Solo falta que los mercados lo reflejen. Y hasta el momento, no se han pronunciado. Fíjense si hay incertidumbre y desconcierto que ni los mercados reaccionan.