«Tenemos aulas llenas de niños y niñas que no saben tolerar una corrección»

OPINIÓN

EUROPAPRESS

04 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Educación en papel de burbujas

Soy maestra. Y desde hace tiempo tengo la certeza de que el aula es el espejo más fiel de lo que somos fuera. La escuela no es solo un lugar donde se enseñan fórmulas o reglas gramaticales. Es también un laboratorio emocional, una sala de ensayo para la vida. Y lo que allí veo me preocupa.

Me preocupa que hayamos confundido el respeto con la permisividad, el cariño con la condescendencia, el cuidado con la sobreprotección. Sí, es cierto que venimos de una escuela que castigaba. Que dolía. Que enseñaba a base de miedo y gritos. Pero dimos un giro de 180 grados. Y lo que parecía una victoria se ha convertido, en algunos aspectos, en una nueva forma de derrota.

Porque ahora tenemos aulas llenas de niños y niñas que no saben tolerar una corrección. Que no entienden que equivocarse es parte del camino. Que lloran, se frustran o se rinden si algo no les sale a la primera. Y detrás de ellos, muchas veces, hay adultos que lo justifican todo. Que les abren paso con alfombra roja para que no tropiecen jamás. Como si tropezar no fuera una lección imprescindible para caminar.

¿En qué momento empezamos a envolver a la infancia en papel de burbujas, como si fueran frágiles jarrones? ¿En qué momento dejamos de enseñar que esforzarse también puede doler, pero que el dolor no es enemigo del crecimiento? ¿En qué momento el respeto por la figura del maestro o de la maestra se volvió negociable?

No hablo de volver al pasado. No defiendo el castigo ni el grito. Hablo de recuperar el valor del límite. La importancia de la frustración. La dignidad del trabajo bien hecho. Porque educar no es complacer. Educar es acompañar en el proceso de convertirse en persona. Y eso, a veces, duele.

Y sí, lo digo desde el aula. Pero lo grito para fuera. Porque lo que pasa dentro empezó mucho antes fuera. Coloma Campos Romero. Vigo.

Sexagenarios y permiso de conducir

Hace ya algún tiempo que observo en las noticias, tanto en medios escritos como audiovisuales, la coletilla de «sexagenario»: «Un sexagenario se ve envuelto en un accidente», «Fallece un sexagenario en una colisión»... El colmo de mi paciencia se vio desbordado unos días atrás cuando una señora, en una tertulia radiofónica, dijo textualmente: «Habría que plantearse muy en serio la renovación del permiso de conducir a este colectivo». Me pregunto si opinará lo mismo al llegar a nuestra edad.

Conviene recordar que personas sexagenarias pilotan aviones, gobiernan barcos, realizan intervenciones quirúrgicas del más alto nivel, entre otras muchas actividades, y sirven de faro a las generaciones más jóvenes.

Conduzco desde los 18 años, hago una media de 35.000 kilómetros anuales, me han puesto a lo largo de todo este tiempo cinco multas y conservo los 15 puntos de mi permiso. En mi situación habrá con toda seguridad miles de personas. Desearía un mínimo de consideración a la hora de utilizar estos términos, porque pudiese parecer que empezamos a estorbar. J. Antonio Muñiz.