El boicot a la paz que aupó a Netanyahu

Tomás García Morán
Tomás García Morán CARTAS ATLÁNTICAS

OPINIÓN

Netanyahu pasa junto a un retrato del primer ministro Isaac Rabin, durante una ceremonia por el aniversario de su asesinato.
Netanyahu pasa junto a un retrato del primer ministro Isaac Rabin, durante una ceremonia por el aniversario de su asesinato. Abir Sultan

04 oct 2025 . Actualizado a las 20:05 h.

Trump le sostiene el teléfono con gesto adusto. A su lado, Netanyahu lee un papel sin apartar la vista. La escena recuerda a un calabozo, cuando le dicen al detenido: «Tiene usted derecho a hacer una llamada». Pero no es una llamada opcional: Trump, casi su último aliado, le exige disculparse ante el primer ministro de Catar por el ataque israelí de hace un mes. Y lo hace. Palabra por palabra, siguiendo un guion que no ha escrito. Para mayor humillación, la Casa Blanca distribuye la foto. No estamos acostumbrados a ver a Netanyahu agachar la cabeza. Pero ha llegado el encuentro cercado. Cada vez más países reconocen el Estado palestino y, apenas tres días antes, en la ONU, ha hablado para un auditorio vacío. No obstante, esa imagen de sumisión no debe dar lugar a equívocos. Netanyahu ha aceptado el plan de Trump porque sabe que su única preocupación es el Nobel de la Paz que se otorgará el próximo viernes. Pero el plan nace muerto. Nadie conoce mejor que Netanyahu lo fácil que es dinamitar un proceso de paz, porque sobre esa fragilidad ha construido toda su carrera política.

El plan ha recibido un amplio respaldo internacional, más por la fatiga de unos gobiernos que empiezan a ver sus calles encendidas que por verdadera convicción. Muchos jóvenes que se manifiestan en Roma o Barcelona desconocen que lo que ocurre en Gaza no empezó el 7 de octubre del 2023. Para entender el presente hay que volver la mirada a los Acuerdos de Oslo, la única oportunidad real de paz entre israelíes y palestinos. Entre 1993 y 1995, con la mediación de Bill Clinton, el primer ministro Isaac Rabin y el líder de la OLP, Yasir Arafat, rubricaron un marco que establecía el reconocimiento mutuo, la creación de la Autoridad Palestina y un calendario de cinco años para abordar el estatus de Jerusalén, la delimitación de fronteras, el retorno de los refugiados y las garantías de seguridad para Israel. Netanyahu, ya entonces líder del Likud, convirtió su rechazo a Oslo en la palanca que lo catapultó al poder. Entre 1994 y 1995 organizó mítines masivos donde se tildaba a Rabin de nazi y traidor. El 4 de noviembre de 1995, tras intervenir en una manifestación por la paz en Tel Aviv, Rabin fue asesinado de dos disparos por un joven ultranacionalista judío que había asistido a los actos del Likud. Su familia responsabilizó directamente a Netanyahu del crimen.

Tras el magnicidio se convocaron elecciones. Netanyahu llegaba con 30 puntos de desventaja frente a Simón Peres, heredero político de Rabin. Pero durante la campaña, Hamás lanzó cuatro atentados suicidas brutales que dinamitaron la percepción pública de que Oslo garantizaría la seguridad. El lema opositor —«Esta paz nos está matando»— se impuso. Netanyahu remontó, ganó a Peres y se convirtió en primer ministro. Así labró su manual político: en Israel, sabotear la paz sale rentable. Y esa ha sido su hoja de ruta durante treinta años. Financiando a Hamás, como ahora ha reconocido, para debilitar a la Autoridad Palestina. Convirtiendo Gaza en una crisis permanente que le ha servido para desviar la atención pública frente a los múltiples casos de corrupción que le persiguen desde hace años. Un estado de alerta que mantiene cohesionada a su coalición ultra y aplasta cualquier espacio para una oposición moderada.

El manual aún funciona, pero cada vez chirría más. En 1996 bastaba con imponer el relato de Israel como bastión de los valores democráticos de Occidente frente al terror islamista. Pero, siendo cierta, esa realidad se fractura ante otro fenómeno creciente: cada vez menos gente está dispuesta a asumir que, en nombre de esa democracia, se arrasen hospitales, se expulsen comunidades enteras de sus hogares y se reduzcan poblaciones completas a escombros. Israel está descubriendo que la única manera de derrotar a un enemigo como Hamás, incrustado entre civiles, es al precio de convertirse en un paria internacional, con sus instituciones políticas, deportivas, académicas y culturales marginadas en todo el mundo. Puede que Netanyahu haya vuelto a ganar tiempo. Pero quizás esta vez se le esté acabando.

UN LIBRO

«Netanyahu at War» (Frontline, 2016). Retrata la trayectoria política de Benjamin Netanyahu y su relación con EE. UU. Con material de archivo y entrevistas, repasa su papel clave en las protestas contra los Acuerdos de Oslo, mostrando cómo esas movilizaciones marcaron su carrera y su visión de la seguridad de Israel. Disponible en YouTube.