
En los últimos días hemos podido escuchar la opinión de representantes políticos que advierten de que «no se debe politizar la educación». Oír esto, además de extrañeza, nos lleva a pensar que esos señores no han aprendido las lecciones cuando asistían al colegio o el instituto.
No se puede planificar la educación sin política. La política es filosofía, y alguna ideología sentará las bases de todo sistema educativo; una determinada concepción del ser humano y de la sociedad van a estar siempre presentes. Parece que quienes se expresan de ese modo pretendieran salvaguardar a los estudiantes de algún peligro, como si la política fuese inconveniente. Los valores morales y políticos a defender impregnan de modo transversal todo el diseño.
Es en la escuela donde aprendemos que existen los derechos humanos que proclaman el derecho a la vida y el deber moral de respetarla, y que con nuestras acciones podemos contribuir al bien —para Aristóteles, por ejemplo, la política se ocupa de buscar el bien común y el desarrollo del individuo en sociedad—. También que las personas debemos promover la solidaridad, evitar las guerras, que atentan no solo contra lo más elemental, sino que nos hacen sospechar que algunos humanos están en la Tierra para hacerle el trabajo más sucio a los demonios. En la escuela descubrimos que las conquistas sociales —abolición de la esclavitud, derechos civiles, etcétera— han sido posibles gracias a la defensa revolucionaria de personas valientes que se exponen ante policías ocupados en «mantener el orden» cuando en distintos lugares del mundo se trata a los seres humanos como mercancías.
Decir que no se debe politizar la educación es contradictorio; no solo no es negativo, sino que es inevitable. La vida humana no se puede separar de su dimensión moral, así como la escuela no puede dejar de ser política, defensora de ciertas ideologías, por ejemplo, la democracia.
Después de tantos siglos de civilización ¿podremos admitir que se cometan masivos crímenes en las llamadas guerras, que no son más que ocasiones para destruir —filmados con la perfección tecnológica de las cámaras—, sin que la escuela haga nada? ¿Ese lugar donde se aprende que existió la Revolución Francesa y la Ilustración? ¿Sería conveniente que se mantuviera en orden para explicar que existen derechos humanos y saber que en la esquina de al lado se exterminan niños? ¿Qué clase de contradicción se esconde?
Los campus universitarios relucen entre el absurdo de su existencia. La pobre Europa duerme. Algunos políticos olvidaron las lecciones que se enseñan, invitando a la reflexión y la pluralidad, en la escuela secundaria, mientras aquellos que mantienen las exigencias de su conciencia no logran dormir en paz.