En los últimos años hay una serie de preguntas que siempre me persiguen en todas mis formaciones, ya sea en mi escuela, en empresas o en escuelas de negocio. Una es la típica de cómo Trump puede tener el apoyo que tiene, y la otra... ¿Ayuso es así o finge?
A la primera pregunta, la respuesta es sencilla de explicar, aunque para muchos difícil de entender. La segunda, básicamente, es difícil de responder. Porque la verdad es que la presidenta de Madrid nos lo pone complicado a los consultores y especialistas en comunicación política.
Por eso muchos se preguntan si las meteduras de pata de Ayuso son fruto de la improvisación o parte de una estrategia comunicativa, de un plan orquestado.
Cada vez me inclino más a pensar esto último, pero no tanto por ella, sino por su famoso jefe de gabinete, el ínclito Miguel Ángel Rodríguez (MAR) Y lo cierto es que la comunicación de Trump y Ayuso cada vez tienen más en común. MAR explota todo su saber hacer cuando el terreno está embarrado, y es ahí donde la hiperbolización y el histrionismo trumpista tienen cabida. La estrategia es sencilla: si entendemos que la comunicación es un ejercicio de suma cero —ya que la cobertura mediática, tanto en espacio como en tiempo, es limitada—, una manera de reducir el espacio de noticias negativas (como que a tu novio le abran juicio oral por fraude fiscal) puede ser buscar la forma de que la gente hable de otra cosa, sobre todo cuando no tienes argumentos sólidos para defenderte.
El manual de la comunicación de crisis lo denomina la «táctica del gato muerto»: si colocas un gato muerto en la mesa, todos dejarán de hablar de otra cosa y se pondrán a hablar del gato muerto. Es la clásica táctica de desviar la atención del público, para que mientras hablen del pim pam pum no se hable de tu novio.
Pero, más allá de la habilidad de MAR para cambiar el foco en beneficio de su jefa, su contribución a la comunicación de crisis está siendo añadir a esta táctica del gato muerto la estrategia de la saturación mediática. Es decir, la búsqueda constante del conflicto, de la provocación, para generar un reencuadre que acabe poniendo a la presidenta como víctima en medio de una fatiga informativa constante en la que cada metedura de pata recibe un gran eco mediático, reduciendo así la capacidad de daño en su contra.
Por este motivo, la presidenta de la comunidad madrileña no para, no puede parar con su pim pam pum constante. Porque el día que pare la gente dejará de hablar del «gato muerto».