Espejos inflexibles

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

Oscar Vázquez

27 oct 2025 . Actualizado a las 08:33 h.

El alarmante aumento de problemas de salud mental entre los jóvenes no puede explicarse únicamente por factores individuales o biológicos. La cultura, entendida como el entramado de normas, valores, creencias y prácticas de una sociedad, actúa como un potente determinante social que moldea el bienestar psicológico. Diversos factores culturales contemporáneos están creando un entorno de alta presión y vulnerabilidad para las nuevas generaciones.

Uno de los más influyentes es la cultura de la imagen impulsada por las redes sociales y los medios digitales. Estas plataformas exaltan un ideal de vida y apariencia irreal y estandarizado, donde la belleza, el éxito social y los logros inmediatos son lo deseable.

Los jóvenes se ven inmersos en una espiral de comparación donde sus vidas «reales» inevitablemente palidecen frente a las vidas editadas de sus pares e influencers. Este fenómeno genera insatisfacción corporal, ansiedad y sentimientos de inferioridad, afectando gravemente la autoestima. La necesidad cultural de obtener validación a través de likes y comentarios fomenta una dependencia de la aprobación externa que aumenta la vulnerabilidad emocional ante el rechazo o la falta de reconocimiento

La percepción de un futuro incierto —marcado por la precariedad económica, la dificultad de acceso a la vivienda o el cambio climático— se suma a la presión, generando altos niveles de angustia y adicciones.

Paradójicamente, esta era de la hiperconexión digital genera un aumento de la soledad y el aislamiento. Las interacciones cara a cara, esenciales para el desarrollo emocional, se ven limitadas frente al predominio de la comunicación digital, que hace desaparecer al otro, convirtiéndonos en un rebaño digital donde resulta imposible rebelarse.

Los jóvenes enfrentan un panorama cultural donde los ideales de perfección digital, la implacable presión por el éxito y el derrumbe de valores e ideales se combinan para erosionar su bienestar. Abordar la crisis de salud mental juvenil requiere transformar no solo los tratamientos, sino también las narrativas y estructuras culturales que están fallando.

La cultura de la interacción digital también facilita el acoso, el rechazo social y la exclusión de forma anónima y masiva, lo que tiene un impacto devastador en la salud mental, como hemos visto estos días con el suicidio de la niña en Sevilla o en el aumento de las autolesiones.

La falta de autoestima que conduce a la autolesión apunta a una crisis general de gratificación en nuestra sociedad. Todos nosotros tenemos necesidad de afecto. El amor del otro es lo único que da estabilidad al yo. Por el contrario, la desaparición del otro físico y la autorreferencia narcisista de los selfis resulta demoledora.

Los amigos de las redes sociales carecen de la propiedad de lo distinto. Conforman una masa amorfa y aplaudidora, centrada en el «me gusta». Los selfis son espejos inflexibles, superficies bellas y pulidas de un yo vaciado y totalmente inseguro.

La figura más paradigmática de este panorama es el influencer, cuyo único talento consiste en subastar al mejor postor publicitario sus preferencias ideológicas, sus consumos, sus relaciones y su apariencia, para influenciar a los consumidores de tal o cual nicho de mercado.

La patología en salud mental siempre la modela el contexto cultural y no parece que el mundo que estamos construyendo sea un lugar muy saludable.