Siempre he amado los circos. Mi madre me llevaba al Price cuando venía por Ourense. De Pinito del Oro recuerdo aquellos saltos mortales en los que parecía, como un halcón, besar los cielos. Fue un día grande en el colegio cuando nos llevaron a ver a los «payasos de la tele»: Gabi, Fofó y Miliki. Toda una institución. Leí novelas sobre el circo, y las películas de circo me apasionan. Burt Lancaster estaba colosal en Trapecio. A su lado Tony Curtis y Gina Lollobrigida. Cuenta la leyenda que antes de ser actor fue acróbata y esa circunstancia lo ayudó en su carrera: no necesitaba un doble para las escenas arriesgadas. Sin embargo, si algún lector de nuestro periódico precisa datos o referencias de la historia del circo, pregúntele a Ramón Pernas, que además de poseer una de las prosas más hermosas del español, es un perito en circos y sus historias. El circo hay que valorarlo más. Por eso me duele que mi admirado presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, diga con despecho que la comisión del Senado a la que acudió el pasado jueves es un circo.
Una frase que quedará para la historia. Un circo, dice el hombre que otorgó desde los indultos que no iba dar a la amnistía, que tampoco. El eminente mandatario que sufriría de insomnio si Pablo Iglesias entraba en el Gobierno, y fue nada más y nada menos que vicepresidente. El ínclito ciudadano ejemplar que tiene imputado a su «mano derecha» (José Luis Ábalos) y en la cárcel a su otra mano (Santos Cerdán). El jerarca de la política universal que decidió por su cuenta declarar que lo del 5 % de aportación a la OTAN era demasiado y se quedó en un 2 % (aunque Meloni asegura que Sánchez firmó lo mismo que ella). El hombre providencial, honestísimo varón, que nos sacó de la corrupción anterior. El que repudiaba pagar con dinero en sobres y afirmaba que las cuentas están claras, muy claras. El mismo que aprobó una ley que decía que había que abonar con transferencia bancaria y declaró, ejemplo de rectitud, que él cobró también en metálico. Él, que llama circo a la comisión del Senado, sí que ha montado un verdadero espectáculo. Superior, incluso, al circo de mis amores. La entrada de sillas de pista, para contemplar en todo su esplendor las piruetas de este presidente, la pagamos con impuestos que no dejan de subir desde 2018, año de la epifanía de Sánchez. La pagamos padeciendo una España polarizada más que nunca, donde la verdad y la mentira ya carecen de importancia. La pagamos contemplando como ya todo da lo mismo. Incluso se puede renegar de la sanidad privada y acudir a ella. O abjurar de las universidades privadas y obtener, tú mismo, titulaciones en ellas o llevar a alguno de tus vástagos a las mismas. Y viene Sánchez y nos habla de circo. Él, maestro de ceremonias de la gala más esplendorosa de la historia democrática española.
«Esto es un circo», dijo Sánchez en el Senado. Y yo, que soy un sentimental, me puse a pensar en Burt Lancaster.